Un hijo no es responsable de que tú seas feliz, eso es una mochila demasiado grande para él

Silvia Álava Sordo, Doctora en Psicología y autora de '¿Por qué no soy feliz?', asegura que «un hijo no llega para salvarte la vida ni tu relación de pareja. Convertirse en padres supone estar fuerte para poder atender bien al bebé»

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Muchas parejas consideran que para sentirse felices como personas y lograr solidez en su relación deben tener un hijo, pero es importante no engañarse al respecto. Al menos así lo apunta Silvia Álava Sordo, Doctora en Psicología y autora de ‘¿Por qué no soy feliz?’. «Tú necesitas estar bien antes de tener un hijo», asegura. Explica que muchas personas que no terminan de sentirse del todo felices o perciben que su relación no funciona al 100% creen que la solución está en tener un hijo para unirse más como pareja, «pero en absoluto es así: ese hijo no te va a ayudar a sentirte mejor contigo mismo o en tu relación. No se le puede cargar a un hijo con la responsabilidad de lograr tu propia felicidad», matiza esta experta.

En su opinión, primero «tienes que trabajarte tú mismo, de manera individual y, después, cuando uno ya está bien, es el momento de plantearse ser padre o madre. Lo que no se puede pensar es que un niño va a venir a este mundo a reportar tu felicidad. Al convertirte en padre o madre, ya no se trata solo de tu vida, sino también de ocuparse de la de tu hijo. Es decir —insiste—, no se puede introducir un tercer elemento a la relación, como es un hijo, si no estamos bien. Un bebé es una fuente inagotable de alegrías, pero también de responsabilidad, atención, cuidados y cansancio. Cuando uno se siente fuerte puede atenderle correctamente física y emocionalmente. Pero, lo que está claro es que un hijo no es responsable de que tú seas feliz, eso es una mochila demasidado grande para él».

«Hay padres que anestesian emocionalmente a sus hijos. Desde muy pequeños les dan el chupete, el móvil…, lo que sea con tal de no contrariarles o verles infelices»

Aconseja, por tanto, trabajarse primero a uno mismo, de manera individual para alcanzar la felicidad deseada, y lanzarse después a ser padre o madre. «Un hijo no llega para salvarte la vida ni la de una relación de pareja. Convertirse en padres supone también estar fuerte para atenderle bien. La vida está llena de situaciones desagradables y los adultos tenemos herramientas para regular y gestionar esas emociones. La familia es el agente mejor posicionado para desarrollar la inteligencia emocional. Un niño, sin embargo, no dispone de estas estrategias, las irá aprendiendo de sus padres. Si los padres no disponen de ellas, no las podrán enseñar. Yo siempre pongo el ejemplo del bizcocho. Si un adulto no sabe la receta, difícilmente podrá enseñar a hacer este dulce a su hijo».

Nadie nos ha enseñado

El problema, según apunta Silvia Álava Sordo, es que muchos padres no saben gestionar emociones porque tampoco les han enseñado a ellos, «y se preguntan ¿cómo voy a estar bien si no me han enseñado? Es necesario aprender cuáles son, saber las características propias de cada emoción, bucear en la información que nos aporta porque si no las atendemos hay ocasiones, incluso, en que despuntan como una enfermedad somática. Entonces es cuando sí les damos importancia. Solo las atendemos cuando suponen una enfermedad física o mental. Se trata de no llegar a eso y prevenir enfermedades. Por eso es tan importante saber reconocer las emociones, identificarlas y saber gestionarlas».

Esta Doctora en Psicología reconoce que hay muchos padres que intentan dotar de felicidad absoluta a sus hijos y hacen lo posible e imposible para que no sientan lo que implica la tristeza, la frustración, el enfado… «Les anestesian emocionalmente. Desde muy pequeños les dan el chupete, el móvil…, lo que sea con tal de no contrariarles o verles infelices».

A los padres que actúan así, la autora de ‘¿Por qué no soy feliz?’ les sugiere que tengan en cuenta que no es positivo transmitir a los hijos que sentir una emoción es malo, «lo mejor es enseñarle porqué la siente y ayudarle a gestionarla porque, de lo contrario, se encontrarán a un adolescente y un adulto que tendrá pánico a sentirse mal, triste, enfadado, nervioso… Sentirá que es un fracaso cuando, en realidad, no lo es, puesto que son emociones que se sienten todos los días. Todos tenemos un mal día».

Explica que la forma de relacionarnos con nosotros mismos, con nuestros sentimientos y el entorno va a tener mucho que ver con cómo se han relacionado con nosotros nuestros padres. Recomienda, por tanto, ayudar a los hijos a comprender estas emociones para que comprendan qué les está pasando y no tomar una actitud victimista. «Si tú no estás bien no podrás ayudar a tus hijos a ser felices y a entender que no pasa nada si un día estás triste o enfadado», insiste.

Fuente: ABC

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