Ryan Murphy imagina la edad de oro de un Hollywood que nunca fue

El creador televisivo, que lleva años aplicando una mirada contemporánea a la historia reciente, reinventa el pasado en una miniserie que estrena Netflix este viernes

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No conviene consultar los datos biográficos de Rock Hudson y Vivien Leigh, dos de los personajes de Hollywood, mientras uno ve la miniserie de Netflix. Es probable que muchos de ellos no concuerden con lo que muestra la nueva producción de Ryan Murphy, que se estrena este viernes 1 de mayo. El célebre y ácido creador de series, acostumbrado en muchas de ellas a aplicar una mirada contemporánea a momentos clave de la historia reciente, entendió desde el principio de este proyecto que resulta casi imposible contar algo nuevo sobre los años dorados del cine estadounidense. Así que esta vez decidió imaginarlo.

La premisa del Hollywood de Murphy queda clara en sus títulos de crédito iniciales. Los protagonistas trepan por la parte posterior del famoso cartel que corona Los Ángeles, aunque su ansia de reconocimiento no les impide ayudarse unos a otros para llegar a la cima. Apoyado en un puñado de personajes ficticios, construye en siete capítulos lo que la industria del cine podría (o debería) haber sido en su época dorada, hace más de seis décadas: el catalizador de un movimiento social que, en su opinión, debería haber llegado mucho antes. En este universo paralelo, la diversidad es un asunto que no puede esperar al siglo XXI.

Criado en Indiana por su abuela, una gran aficionada a las películas de los grandes estudios, el director, guionista y productor estadounidense inventa un nuevo destino para tres figuras del cine clásico que le obsesionan desde su infancia. En todas ellas encuentra una tristeza que le sigue atrayendo, explica en una entrevista reciente en el medio digital Collider. La olvidada Anna May Wong fue la primera estrella de ascendencia asiática. Encasillada en personajes exóticos o villanos, decidió mudarse en los años 30 a Europa para no seguir alimentando con sus papeles los prejuicios raciales. Hattie McDaniel logro el primer Oscar para una intérprete negra, en 1940 por Lo que el viento se llevó. Durante la ceremonia de entrega, no pudo sentarse en la misma mesa que sus compañeros de reparto. La tercera de esas figuras fue el propio Rock Hudson, la primera personalidad pública que falleció de sida tras ocultar su homosexualidad durante toda su vida.

Fue en American Crime Story: The People vs. O. J. Simpson (2016) cuando Ryan Murphy decidió por vez primera modular su habitual hipérbole narrativa para ajustar cuentas con Marcia Clark, la fiscal que en los años 90 despertó en la opinión pública menos simpatías que el famoso asesino al que pretendía condenar. Su crimen era el de ser mujer con una determinación inusitada y un peinado inadecuado. En la segunda temporada de esta serie antológica sobre la crónica negra de Estados Unidos, ambientada en los días anteriores al asesinato del diseñador Gianni Versace, el famoso gancho resulta de nuevo ser lo de menos. En el centro de la trama no se sitúa el diseñador italiano, sino un poderoso retrato sobre lo que suponía ser un hombre gay en una sociedad no muy alejada de la actual. Según su premisa, la muerte de Versace podía haber sido evitada si el miedo a salir del armario de muchos de los hombres en torno al asesino Andrew Cunanan no hubiera entorpecido las investigaciones de sus anteriores crímenes. Como en el caso del absuelto O. J. Simpson, el prejuicio se impuso a la justicia. Es de esperar que la tercera entrega de esta saga, todavía en preparación y titulada Impeachment, vaya por este camino y sirva para reivindicar a otra denostada figura mediática y la primera víctima de acoso en Internet de la historia: Monica Lewinsky.

En todas estas series, al igual que en Feud (2017), sobre el misógino enfrentamiento al que se vieron arrastradas dos estrellas de cine como Bette Davis y Joan Crawford, Ryan Murphy no renuncia a su cáustica identidad artística. Pero es justamente en Hollywood, la que menos apegada está a la realidad de los hechos, en la que decide prescindir de buena parte de su personalidad creativa.

Esta nueva serie protagonizada por Darren Criss y Patti LuPone se apoya en un grupo de actores, actrices, directores y guionistas que aspiran al triunfo. Todos tienen un armario, un techo de cristal o un prejuicio racial que romper. Con ellos reflexiona sobre el poder social de las películas y sus finales felices y adopta a menudo el tono buenista y cursi de las clásicas películas comerciales en las que se ambienta la serie. Hay una razón para ese manierismo impropio de él: que la nueva normalidad se apropie de esas escenas canónicas de amor y éxito que durante tanto tiempo le fueron vetadas. No es nada que no hiciera antes Todd Haynes reinventando el cine de Douglas Sirk en la película independiente Lejos del cielo (2002). Pero qué mejor que hacerlo esta vez vez a través de un gigante del mainstream como es Netflix, el único capaz de hacer sombra a una factoría Disney que ha sido verdugo de esas minorías. ¿Acaso sobra esta reflexión en una industria que lidia con los hitos históricos de Pantera Negra y Crazy Rich Asians al tiempo que sigue sin ubicar de forma adecuada las etnias de Antonio Banderas y Scarlett Johansson?

Sin la efervescencia abrasiva de otros de sus relatos, Murphy renuncia en Hollywood a su carisma narrativo para abrazar lo que entiende como un bien mayor.

Fuente: elpaís

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