Los Condenados de la Tierra

Tomé prestado el título de este artículo, Los Condenados de la Tierra, de Frantz Fannon, quien a principios de los años sesenta del siglo pasado escribió sobre la descolonización en Argelia

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Tomé prestado el título de este artículo, Los Condenados de la Tierra, de Frantz Fannon, quien a principios de los años sesenta del siglo pasado escribió sobre la descolonización en Argelia. Pero estoy pensando en los palestinos, y la miseria que azota a este sufrido pueblo.

Durante milenios, muchas naciones se han disputado el control de la franja de tierra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, el Líbano y la península del Sinaí. La zona no contiene grandes riquezas naturales, ni es pródiga en la producción de alimentos, pero las tres grandes religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo e islamismo- la consideran sagrada, particularmente a la ciudad de Jerusalén. 

La Biblia narra cómo el pueblo judío, después de su liberación de Egipto, conquistó a sangre y fuego la tierra que entonces ocupaban los canaanitas. Al menos en dos ocasiones, la primera durante la conquista del rey babilonio Nabucodonosor en el año 570 ac, y la segunda con el emperador romano Adriano, en el año 125 dc, el pueblo judío fue masacrado y obligado a abandonar la tierra que, según sus creencias, Dios les había prometido desde tiempos de Abraham. 

Al inicio de nuestra era, Jesús de Nazaret fue sacrificado por los romanos en Jerusalén. Sus discípulos iniciarían una nueva religión, el cristianismo. En el año 70, el emperador Tito destruyó el segundo templo de los judíos. Sesenta años más tarde, Adriano rebautizó la región como “Palestina”. 

En el siglo VII los musulmanes consideraron que el monte donde se había ubicado el destruido Templo de Salomón en Jerusalén también era una zona sagrada para su religión. Durante la edad media, papas y reyes cristianos lanzaron las cruzadas para rescatar la “Tierra Santa” del dominio musulmán. 

A la caída, en 1918, del imperio otomano, los británicos asumieron el control de Palestina, bajo un mandato de la Liga de las Naciones. Para entonces, miles de familias judías habían retornado a la que consideraban la tierra que Dios les había reservado. 

En noviembre de 1947, la ONU aprobó el plan de partición de Palestina en dos territorios, uno para un nuevo estado, Israel, y otro para los palestinos, el pueblo que había habitado la zona durante siglos. Las naciones árabes rechazaron aquel plan. Para su crédito histórico, México fue uno de los 10 países que se abstuvo en la votación de este. Después de condenar vivamente el holocausto del pueblo judío cometido por los nazis y reconocer el derecho de Israel a existir, en su explicación de voto argumentó que “…ante el irreconciliable conflicto de dos grandes grupos humanos, cuyos derechos e intereses no son igualmente caros, es evidente que cualquier solución que no tenga la aquiescencia de las dos partes, vulnerará los derechos de una de ellas, o de ambas.” 

El nacimiento de Israel, pero no de un estado palestino, generó guerras con sus vecinos árabes en 1948, 1967 y 1973, y décadas de tensión permanente. Con todo, tanto la Asamblea General como el Consejo de Seguridad de la ONU siempre han reiterado que la única solución al conflicto entre Israel y Palestina es la conformación de dos estados, uno israelí y otro palestino, con la definición de fronteras seguras para ambos.

En 1994 pareció que, por fin, podría haber paz entre israelíes y palestinos a través de los acuerdos de Oslo. Pero, a la hora de la verdad, ambas partes se retractaron. Sus principales autores, con la mediación del presidente Clinton, Yitzhak Rabín y Yasser Arafat, desaparecerían poco tiempo después de la escena. Gradualmente, los radicales en los dos bandos terminarían imponiéndose, haciendo imposible el logro de una solución justa para ambas partes. 

Desde entonces, lo que hemos visto en la zona es la sucesión de guerras muy violentas, con el interregno de periodos de tensa calma, y la expansión gradual de asentamientos israelíes en los territorios ocupados de Palestina, a pesar de que esa práctica ha sido condenada y considerada ilegal por varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.

El deterioro de la situación en los últimos meses es el más grave en mucho tiempo. En octubre pasado, Hamás lanzó un ataque terrorista contra la población civil israelí en que más de 1400 judíos inocentes fueron masacrados. Israel respondió con una guerra que ha devastado ese territorio, en que más de 33 mil palestinos inocentes han perdido la vida. También ha hecho casi imposible que las agencias de la ONU auxilien adecuadamente a la población civil. 

Lamentablemente, la semana pasada Estados Unidos volvió a vetar en el Consejo de Seguridad el ingreso de Palestina a las Naciones Unidas, como su estado miembro 194, a pesar de que ya es reconocida como tal por 139 países. Este nuevo bloqueo no abona a la solución de los dos estados. Solamente fortalece a las alas extremistas de Hamás y la que representa el gobierno de Netanyahu. La solución pacífica del conflicto se ve más lejana que nunca. México debería reconocer formalmente a Palestina como estado independiente, para poner su granito de arena a favor de la única solución posible: los dos estados.

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS IZQUIERDO

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