Huma, la doctora en Química que frustra matrimonios forzosos

De trabajar en el CSIC y ejercer como docente, Jamshed, de origen pakistaní, se pasó al activismo. Desde su asociación, en el Raval de Barcelona, colabora con la Policía para evitar enlaces concertados de compatriotas

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Dice que sólo tiene miedo al agua y, para ponerle remedio, ya se ha apuntado a clases de natación. Huma Jamshed llegó a Barcelona desde su Pakistán natal en 2001. El motivo fue el reagrupamiento familiar. Su marido fundó una agencia de viajes y, aunque ella, doctora en Química, ya había ejercido como docente y trabajado en el CSIC, aceptó echarle una mano con el negocio. «Necesitaba un socio y yo no me fiaba de nadie», rememora. Fue también echando una mano, en este caso, a compatriotas con farragosos trámites burocráticos –«entonces Google no funcionaba cómo ahora», recuerda–, como acabó fundando una asociación, Acesop, en el corazón del Raval, para empoderar a las mujeres pakistaníes. Así pasó de tramitar visados o traducir documentación, a impedir matrimonios concertados. «Al miedo hay que plantarle cara», defiende. Educadas en una sociedad «profundamente patriarcal», las pakistaníes son, en muchas ocasiones, forzadas por sus progenitores a casarse con parientes, «pese a que el islam lo prohíbe».

Las víctimas acuden a Huma bajo la condición de evitar la denuncia. «Aunque les peguen o incluso abusen de ellas, son sus padres y no quieren que vayan a la cárcel, ni esa vergüenza para sus familias», explica. Hace unos días, tras varias llamadas con número oculto para pedirle ayuda, Anisa acudió a verla, a su local en la calle de las Flores. «Le puse una condición, avisar a la Policía». La joven de 23 años aceptó porque su novio real, con el que sí quería casarse, iba a llegar desde Dubai. A golpes, su progenitor la había obligado a cumplimentar un formulario con el que consumó su enlace con un familiar. A pesar de ello, y tras cinco días refugiada en la asociación, llegó la detención del padre y la preceptiva orden de alejamiento. La pareja contrajo matrimonio y ahora se encuentra en un piso de protección oficial. Todavía queda anular la boda que, «con testigos falsos», apunta Huma, se formalizó en Pakistán.about:blank

Pese a ser un referente para su comunidad, los líderes de la misma, hombres, «solamente quieren que hable del papel de la mujer». «Ni economía, política o inmigración. Las mujeres no pueden opinar», censura. Al tener estudios y ser autosuficiente, ella sí puede «alzar la voz». «Sé ganarme el pan, tengo energía y fe en Alá. Como conozco la religión, tampoco pueden engañarme», razona.

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«Sé ganarme el pan, tengo energía y fe en Alá»

Raro es el día que en su local no se presenta alguna mujer a pedirle ayuda. Algunas, menores. Otras llevan años casadas y con hijos, pero son víctimas de malos tratos por parte de sus parejas, o incluso otros familiares. También contactan con ella si sufren abusos sexuales. El principal escollo es su desconfianza hacia la Policía. «Por eso primero tenemos que hacer inclusión social. Que se sientan cómodas y seguras hasta que, poco a poco, se abren», resume. En el pequeño espacio comen, meriendan, realizan talleres, clases de catalán y castellano, e incluso duermen. Huma ha llegado a acoger a algunas de ellas en su propia casa.

A veces el «conflicto» que le plantean se arregla con mediación, otras sí es necesaria la intervención policial, como sucedió hace unos días, para ayudar a Anisa. Por su labor a lo largo de casi dos décadas, los Mossos la condecoraron con una medalla de bronce. «¿Ves esta foto?». Huma señala una estampa que cuelga de la pared del local. En la imagen, varias mujeres que, en uno de los cursos, alzan los brazos. Todas, excepto una, que los mantiene pegados al cuerpo. «No quiere ser libre», lamenta. Huma extiende los suyos y, cuando su marido la ve, éste sonríe y explica: «Su nombre, persa, significa ‘pájaro que trae alegría’».

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