Lo que Morena se llevó

En esta democracia moderna de redes sociales –benditas para unos y malditas para otros– cabe la responsabilidad y la exigencia de lo que significa la acción de Estado.

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A estas alturas de mi vida me he dado cuenta de que no estoy muy seguro ni podría asegurar ciegamente que la democracia le importe a alguien. Con esto no quiero decir que no haya románticos, intelectuales, pensantes y honestos que se aferren a su existencia, pero, sobre todo, a su esencia. Winston Churchill alguna vez dijo que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Yo creo que, si se compara con todas las demás formas de gobernar, el mandatario estaba en lo correcto. La verdad es que, si uno mira alrededor y analiza, por ejemplo, lo que está sucediendo en Estados Unidos, en Israel o en una multiplicidad de países, se dará cuenta de que la democracia está bajo asedio y en un grave peligro de representatividad.

Hace muchos años que se rompió el pacto de lealtad entre el elector y el elegido. Todavía no terminábamos de introducir las papeletas con nuestros votos en las urnas y los electores ya nos sentíamos libres del compromiso que habíamos adquirido sobre nuestras elecciones. Lo empezamos a ver tan sencillo y cotidiano ese ejercicio que le perdimos la importancia y todo lo que conllevaba efectuarlo. Antes un voto bastaba para cambiar el curso de la historia. Después vinieron las encuestas y con ellas la manipulación y la confusión masiva popular. Recientemente aparecieron los likes y con ellos una nueva forma de medir el éxito de las elecciones. Sin embargo –y oportunamente– los últimos ejercicios electorales demostraron que un like ya no es un voto y ni un tuit es una propuesta política.

Hemos llegado a una situación en la que, si uno mira atentamente lo que ha sucedido, coincidirá conmigo en que no se puede ser muy optimista frente al futuro. El tsunami, ciclón, huracán –o como quiera llamarle– que han sido Andrés Manuel López Obrador y su movimiento ha borrado completamente la esencia de los partidos políticos y un siglo de tradición política en México.

Con el paso del tiempo puedo decir que al gobernante al que más se parece el presidente López Obrador es al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Y veo que más pronto que tarde –no sé si con el experimento de dejar un rato el juguete– la gran cuestión que se planteará será la reelección. Es inevitable, hemos llegado a un punto en el que la elección y el hecho de seguir jugando a la democracia no garantiza nada y, por lo tanto, ya entrados en la crisis completa, ¿por qué no producirla y hacer un envite final cambiando la Constitución y permitir que su mandato no tenga fin? Y es que, al parecer, sólo hay dos opciones, o permitimos que eso suceda u optamos por un cambio completo de modelo.

En las recientes elecciones celebradas en el Estado de México y en Coahuila, pasó lo que tenía que pasar, aunque confieso que yo guardaba un atisbo de esperanza sobre que el resultado hubiera sido distinto. Pienso que los pueblos tienen la oportunidad de rectificar y –pese a lo que arrojen las encuestas y pese al lavado colectivo de cerebro– creo que los pueblos perfectamente pueden tener una reacción y producir un cambio que represente mucho más que la elección de un gobernante.

Tras analizar y ver lo sucedido puedo decir que el modelo democrático está basado en el comportamiento de los seres humanos. Ni el milagro llegó ni la sorpresa se consumió, pero lo que sí creo que es algo muy importante de los recientes comicios es que –a pesar de todas las mañaneras, de todo el dinero y de todos los uniformados– los convocados y los convocantes, sobre todo en el Estado de México, no alcanzaron el 50 por ciento del padrón electoral de la entidad. Por eso mi pregunta, ¿en realidad hay alguien a quien le importe la democracia?

En esta democracia moderna de redes sociales –benditas para unos y malditas para otros– cabe la responsabilidad y la exigencia de lo que significa la acción de Estado, por ejemplo, en un sector tan importante como lo es el de la educación. En el corto plazo –tal y como hemos visto– está claro lo que se necesita hacer para ser un leal seguidor del régimen, basta con jurar lealtad y prestar atención a lo que sucede en todas las mañaneras. Pero, ¿qué pasa con los demás, con los revolucionarios institucionales, con los accionistas nacionales o los republicanos democráticos? Y es que de cara a 2024 aún no se puede asegurar si en realidad se presentará una oposición que pueda hacer un verdadero contrapeso al movimiento que encabeza el presidente López Obrador.

Con un mapa político que muestra las 21 entidades lideradas por Morena contra las cinco del PAN, las dos del PRI –el cual, junto al PRD, prácticamente se puede dar por muerto–, las dos de Movimiento Ciudadano y las otras dos entidades gobernadas por el Partido Verde y por el Partido Encuentro Solidario, no hay mucho qué estudiar o analizar. Sin dar por terminado el debate y dando espacio a la culminación de un milagro surge la gran pregunta: ¿qué necesita hacer la oposición para verdaderamente poder ser un adversario digno de Morena?

En México no tenemos más que una gigantesca figura que se parece a la estatua de nueve metros de Nelson Mandela que se encuentra en Pretoria y que es imposible no voltear a ver, esa figura se llama Andrés Manuel López Obrador. No hay nada a su lado, nada que le rodee, aunque también es un constante recordatorio de que la democracia y el poder nunca pueden ser la obra de un solo hombre.

El próximo 15 de septiembre el Estado de México dará el grito que conmemora la independencia mexicana de la mano de Delfina Gómez. O, mejor dicho, el equipo de la reciente electa gobernadora y sus socios principales –como el senador Higinio Martínez y Horacio Duarte, quien hasta hace menos de un año era el titular de la Agencia Nacional de Aduanas–, ese día podrán empezar a ejercer el poder. Un poder compartido que presidirá Delfina Gómez, pero que en realidad será efectuado por ellos. Y en medio de todo esto, seguimos sin saber cuál es la propuesta. No sabemos si se va a incrementar la pensión de los mayores o se les darán más apoyos a los jóvenes. Tampoco sabemos –considerando su paso de poco más de un año por la Secretaría de Educación– cuál será la oferta educativa que pondrá al alcance de los ciudadanos mexiquenses, quienes forman parte del Estado más poblado del país.

El mundo tiene un problema, que es que no sabe muy bien cómo representarse, y cuando encuentra una manera de votar entre varias –o casi siempre entre una o dos opciones– no está dispuesto a mantener el pacto de lealtad que significa haber elegido a alguien. Y en cuanto al elegido, considera que una vez ganado éste adquiere con los electores la misma relación que una aventura nocturna de bar. Todo esto por sí solo ya sería la representación de una enorme crisis del sistema. Sin embargo, a todo esto, hay que sumarle el hecho de que para quien manda las leyes estorban y el hecho de que para él ninguna ley tiene la más mínima importancia a la hora de construir el futuro. Ahora lo que importa de verdad es la descarga emocional de quién gana lo que es la vencida de cada elección. Y, claro, con todo este contexto y panorama, resulta igual de imposible inventar un país y crear las condiciones necesarias para hacerlo más serio y responsable.

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