La crianza es un tema muy complejo y las cosas que se enseñan a los pequeños son más importantes de lo que se piensa. En un intento por garantizarles un futuro próspero, muchas familias invierten en educación y actividades que, paradójicamente, pueden minar la confianza y el sentido de la valía de los más jóvenes. Este fenómeno, denominado «el efecto bis» por la investigadora y autora Jennifer Breheny Wallace en su obra «Never Enough: When Achievement Pressure Becomes Toxic – and What We Can Do About It», destapa una realidad preocupante en la que se entrelazan las expectativas de los padres y las presiones económicas actuales.
La práctica de impulsar a los hijos hacia el éxito académico y profesional no es nueva; sin embargo, el contexto económico ha cambiado drásticamente. La escalada en los costos de la educación superior y la vivienda ha transformado la ambición de replicar o superar el bienestar económico de los progenitores en una carga agobiante. Por ejemplo, la comparación entre el precio medio de venta de una vivienda en 1990 y los valores actuales ilustra un mercado inaccesible para muchos, exacerbando la sensación de incapacidad para alcanzar metas que en generaciones anteriores parecían dadas por hecho.
¿Por qué los jóvenes tienen la confianza minada?
La situación actual ha hecho que los jóvenes midan sus posibilidades futuras con una vara marcada por el éxito económico de sus padres, enfrentándose a la desalentadora realidad de que sus aspiraciones pueden no ser suficientes para mantener el estilo de vida al que están acostumbrados. Esta situación se agrava con la creciente competitividad en el acceso a universidades de élite, donde las tasas de aceptación han disminuido drásticamente, lo que pone en relieve la disparidad entre las expectativas de los padres basadas en sus propias experiencias y las posibilidades reales de sus hijos.
Wallace advierte sobre el peligro de que los niños asocien su autoestima con sus logros, un fenómeno potenciado por la presión parental para ingresar a instituciones prestigiosas o alcanzar ciertos estándares económicos. La solución, sugiere, radica en redefinir los parámetros del éxito y fomentar en los niños el desarrollo de intereses y habilidades por el puro placer de aprender y crecer, más allá de los réditos académicos o profesionales que estos puedan generar.
¿Cómo ayudar en la confianza de los menores?
El desafío para los padres modernos consiste en equilibrar las aspiraciones y el apoyo hacia sus hijos con la comprensión de que el éxito puede adoptar múltiples formas. Promover la participación en actividades que genuinamente interesen a los niños, sin la presión de que estas deban adornar sus futuras solicitudes universitarias, puede ser un primer paso hacia la desvinculación de la autoestima de la acumulación de logros.
Recordar a los jóvenes que lo trascendental es lo que hacen con su tiempo y no necesariamente dónde lo invierten, puede ser una lección invaluable. Este enfoque no solo aliviaría la carga que muchos jóvenes sienten al tratar de cumplir con expectativas a veces inalcanzables, sino que también les enseñaría el valor de la autenticidad y la satisfacción personal. Al final, el mensaje más poderoso que los padres pueden transmitir a sus hijos es que el verdadero éxito se mide por la capacidad de encontrar felicidad y propósito en sus pasiones y esfuerzos.
Fuente: heraldodemexico