Por complicada que parezca la adolescencia, siempre hay una manera dialogada de reconducir las situaciones más problemáticas

Lola Álvarez ha escrito un libro donde aborda los diversos problemas que surgen en esta etapa vital

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La psicoterapeuta Lola Álvarez Romano cree que entender qué pasa por la cabeza de los hijos es la clave para empatizar y poder ayudarlos a superar los momentos difíciles, muy presentes en la adolescencia. «Entrando en su mundo, acercándote, un padre tiene muchas más probabilidades de poder intervenir de una manera positiva».

Ahora, tras treinta años en la profesión, la mitad de ellos en Reino Unido, acaba de publicar su libro ‘¿Qué me he perdido?’ , enfocado a aaquellos progenitores que después de hacerlo lo mejor posible, se enfrentan a desafíos en casa que no saben cómo abordar.

También desde su cuenta de Instagram @lolaalvarezromano, que empezó de una forma muy amateur y donde publica sobre diferentes aspectos que tienen que ver con la salud mental, da respuesta a los miles de «padres y madres que me piden consejo. Mi intención es darles herramientas que los ayuden a comprender el comportamiento de sus hijos y a gestionar de forma eficaz situaciones que no va bien».

Ahora que tienes la visión de los dos países, ¿son parecidos los problemas familiares o hay algo que marca la crianza en Reino Unido? ¿O hay algo de la naturaleza española que marca la diferencia respecto a la inglesa?

Hay algunas variaciones. Pero es verdad que, en cuanto a salud mental en la adolescencia, todo es tan global, están todos tan interconectados, que creo que podríamos hablar de problemas occidentales. En toda Europa suceden versiones muy parecidas de lo mismo. En Estados Unidos también, aunque quizás sean hasta un poco un poco peores. Creo que muchos de los problemas vienen derivados de la tecnología que compartimos todos. Y la salud mental es uno de ellos.

La diferencia es que en Londres hay, desde los años sesenta, una estructura de servicios públicos de salud mental dirigida al público infanto juvenil. Esta institución ayuda a los padres a saber qué pasos deben seguir. Primero van al médico de medicina general, y este les deriva. Digamos que hay una trayectoria más clara.

Hay un aspecto que resulta interesante de este servicio, y es que pueden solicitar ayuda los progenitores y, como usted señala en el libro, también puede acudir voluntariamente los adolescentes a partir de los dieciséis años.

Sí. Cuando se trata de la sanidad pública, pueden acceder ellos solos. También desde los colegios, los estudiantes pueden tener acceso a este apoyo de salud mental y es verdad que es positivo porque a veces no quieren que sus padres lo sepan.

En España, sin embargo, el panorama es diferente porque no hay una vía tan clara ni tan rápida. Es verdad que hay muchas iniciativas privadas pero que, naturalmente, mucha gente no puede pagar. Las terapias no son baratas y para muchas familias suponen un desembolso difícil pero en temas de salud no hay una cura mágica. Todo son procesos que se elaboran poco a poco y que requieren tiempo.

Es en este aspecto donde, quizás, exista una de las diferencias mayores entre España y Reino Unido y donde, quizás también, podríamos mirarnos como país. Un área de salud mental infantojuvenil de estas características, a la que tenga acceso todo el mundo, todavía no se ha desarrollado en España y pienso que es algo realmente necesario.

La salud mental es ahora una cosa lo suficientemente seria como para que se dedique un presupuesto, un equipo y una estructura igual que cuando tienes un problema de hígado y necesitas que te deriven al especialista en hepatología.

Otro aspecto interesante es que usted advierte que durante el crecimiento se puede crear un trastorno que quizás el niño no estaba predestinado a tener. ¿Cuáles son esos factores que pueden hacer que aparezca? 

Antes es importante señalar que hay padres que lo han hecho todo bien, todo lo posible y, sin embargo, pasa algo. Otras veces es una confluencia de factores: Pongamos por caso que la familia se tiene que mudar por el trabajo de uno de los padres y entonces el adolescente pierde su círculo social. O que la abuela se pone enferma y la tienen que ingresar o que la madre, por ejemplo, tiene que ir a atenderla continuamente y no tiene tanto tiempo para estar en casa. O que el menor se tiene que integrar en un instituto nuevo. O que le está costando concentrarse porque hay un familiar enfermo que se está muriendo. O que se separen los padres.

Es decir, las cosas cotidianas de la vida, que pueden venir todas a la vez, o seguidas y cuando todavía no te has repuesto de una, te viene la otra. Estas pueden ser sencillamente circunstancias un poco adversas que, si ocurren concatenadas, en una sucesión demasiado rápida, para un joven pueden ser difíciles de gestionar. En realidad, también para los padres, para los que ha cambiado la realidad familiar y tienen su propio problema que, en ese momento, es acuciante y les deja menos espacio mental para procesar lo que le está ocurriendo a su hijo porque están preocupados por lo suyo, que puede ser haber perdido el trabajo, a sus propios padres, asumir una depresión…

En el libro hablo de lo que es un trauma y de cómo es evidente que dejan una huella en un niño o en un adolescente y hay que ayudarles a sobrellevarlo.

También recalca usted el hecho de que los hijos aprenden a gestionar sus emociones viendo a los padres…

La terapia con los padres se debería realizar siempre porque es una manera muy efectiva de mejorar las cosas con un adolescente. Y por eso este libro va dirigido a los adultos, porque están muy bien posicionados para apoyar a un joven. También los hermanos o los tíos.

En los casos complejos la Sanidad inglesa pone un terapeuta al niño y la familia va a terapia familiar en paralelo con otro profesional para apoyar la terapia del hijo. Porque no puede responsabilizar al niño de que lo cambie todo él.

Además muchas veces el adolescente no quiere ir a terapia. En esos casos trabajamos con los padres. Que le mejor diga ‘dejadme en paz’; ‘pasad de mí’; ‘no quiero ir’ o se pregunte ‘¿por qué tengo que ir yo si los locos sois vosotros?’ (que a veces es verdad, porque hay padres y madres bastante extraños) es una situación es algo que ocurre con bastante frecuencia. Los padres vienen y entonces pensamos con ellos qué tipo de cosas están ocurriendo y cómo pueden cambiar el curso de las cosas. Esto es muy efectivo.

Hay que pensar que a veces los progenitores pueden implementar cambios que realmente son a largo plazo. Y no sólo les ayuda con ese adolescente. A veces les ayuda a mejorar su función parental globalmente porque se dan cuenta de cosas que a lo mejor hacían que no iban tan bien. Me refiero a exigencias, ideas o expectativas que no apoyan el desarrollo, sino que van en contra.

Apunta usted que, a veces, se heredan formas incorrectas de gestionar las emociones. 

Es que es una cosa global, porque el adolescente o el niño están viviendo en una familia. A veces se heredan las patologías o la forma de gestionar esas emociones o de afrontar lo que te está pasando. Pero los padres tienen una cosa que no tienen los hijos, que es experiencia y madurez. A veces la madurez también enseña y es legítimo, por ejemplo, que un padre le diga a un hijo: «Mira, hijo, yo siempre tuve ese problema. Lo siento, yo hice lo posible, y quiero que tú no pasas lo mismo. ¿En qué te puedo ayudar?».

Si como adulto me doy cuenta de lo que pasa, porque a mí también me pasaba de niño, eso está muy bien. Hay padres que reconocen que ellos no han podido gestionar su situación pero que ven que su hijo o su hija empieza a pasar por lo mismo y no quieren que esto ocurra. Esto pasa mucho, por ejemplo, con la ansiedad y con el trastorno obsesivo compulsivo. A menudo en terapia los padres reconocen haber luchado contra ciertas cosas toda la vida. Los niños aprenden de lo que ven hacer a los padres. Con esto no quiero decir que tengan culpa de los trastornos de sus hijos, porque a menudo hacen lo que buenamente pueden y a veces no pueden con lo que tienen que afrontar ni con la infancia que han tenido ellos.

Por eso en muchos de los casos que tratas en el libro se retrocede en la infancia de los padres. 

Siempre que hablamos con la familia y preguntamos por la infancia del niño desde el embarazo hasta que ya ha llegado hasta aquí, si ocurrió alguna cosa. A veces, por ejemplo, las madres no refieren que ocurriera nada durante la gestación y aseguran que todo fue bien, pero cuando el niño tenía un mes «se murió mi padre«. Está claro que ese suceso inesperado lo asumió ella e hizo que los dos entraran en el proceso de crianza cojeando. Esto no es que la madre lo haya hecho mal, es que tuvo un batacazo que provocó que las cosas se descolocan un poco ya desde un principio y que esa mujer estuviese más ansiosa, más preocupada, más ausente emocionalmente. El niño no sabe por qué, pero tuvo que ‘trabajar’ más duro para enganchar a la madre en una interacción, porque ella estuvo quizá un poco ausente mentalmente. Los padres tenemos que estar bien si lo queremos hacer bien.

En su obra recoge también ciertas banderas rojas, ‘red flags’ que pueden hacer ver a los padres que su hijo está mal. ¿A qué deberían estar atentas las familias?

Los signos de alarma son los cambios de conducta en general. Que dejen de hacer cosas que hasta ese día habían hecho y disfrutado, que dejen de salir con los amigos, que de golpe su círculo social se reduzca o cambie drásticamente, que suspendan o que el rendimiento escolar baje, que no duerman bien, que tengan insomnio, que hayan pedido un poco la ilusión por hacer cosas, o que se preocupen en exceso cosas que no son tan preocupantes.

Cuando piensan que el adolescente está en un proceso físico cambiante, que es su propio desarrollo físico, externo, hormonal, en su desarrollo cerebral… Está en un terreno muy cambiante, como si estuviera en arenas movedizas en vez de tierra firme. Entonces eso crea ya de por sí una inestabilidad para el adolescente. Y puede ser que alguna de esas inseguridades de golpe se convierta en algo que le parezca una montaña.

La obra está centrada en la adolescencia, que es un momento muy preciso donde aparecen los problemas de salud mental pero que también puede suponer una ‘ventana de oportunidad’.  

La adolescencia es un periodo fluido y cambiante y, por complicada que parezca la situación, siempre hay una manera dialogada y accesible de reconducir las situaciones más problemáticas.

Para lograrlo, dice que los padres tienen que estar ahí, sea lo duro que sea lo que le ocurre al hijo. ¿Cómo podemos hacer o mejorar esa contención emocional que tenemos que hacer los padres, por ejemplo?

Bueno, mira, me gusta incidir en esto, que sea la situación que sea, siempre hay que buscar un modo efectivo de sacar al niño adelante. Hay que aguantar. Aunque te entren ganas de abandonar, porque los niños pueden ser muy provocadores.

¿Qué se puede hacer? Pues en vez de interrogar, allanar un poco el terreno, intentar entablar una conversación, intentar ver en qué puedes cambiar las cosas para ella, para que deje de hacer lo que está haciendo. Hay mucha negociación, se puede hacer, pero es más un acercamiento. Es, como dije al principio, un proceso. No hay soluciones mágicas

Fuente: ABC

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