Las huellas psicológicas del Covid

Han vivido la pandemia en su faz más dramática y el sobreesfuerzo ha sido desmedido. Miles de trabajadores necesitan un sostén emocional

0
513

Trabajadores de funerarias, reponedores de supermercados, taxistas y repartidores, bomberos, policías, soldados y de los servicios de Emergencias, empleados en residencias de ancianos y el personal sanitario. En esta crisis, los héroes han sido más de los que se han hecho notar. Pero la pandemia ha dejado en ellos muchas secuelas. Para bien y para mal, el Covid ha sido una lección de vida.

«Han vivido la pandemia en su faz más dramática», dice el miembro de la Junta del Colegio Oficial de Psicólogos José Antonio Luengo. Los gabinetes psicológicos en hospitales, clínicas y residencias han aflorado sabedores de que todo el personal sanitario y trabajadores en estos centros van a necesitar un buen soporte emocional. Por ello, equipos

 como los de la clínica López Ibor o líneas de ayuda como el teléfono de Cruz Roja, de los programas «Te Escucha» y «Responde», han puesto en marcha técnicas de «ventilación emocional» para todos ellos, para que expulsen lo que han guardado durante estos meses.

«Van a sufrir efectos que no son poca cosa –opina Luengo–. Se han centrado en curar, en aliviar a los demás y consolar, pero no están habituados a dejarse consolar. Han mantenido en pie a una sociedad quebrada», dice. Y ahora la sociedad debe atenderles a ellos.

En palabras de Jesús García Ramos, enfermero y adjunto de Seguridad Laboral del sindicato del gremio Satse, esa necesidad de atención se debe traducir en recursos de atención psicosociales por la exposición directa a la que han estado sometidos. Que la Administración sea consciente de que están «tocados» y que una segunda oleada epidemiológica sería traicionera y nefasta para ellos. Los barrería. Así opinan también los psicólogos que los asisten. «Cuando uno prioriza tanto las necesidades de los demás, como han hecho los médicos, que tenían miedo de contagiar a sus familias y estaban preocupados por que sus parientes no enfermasen y muriesen como esas personas que tenían enfrente y a las que estaban viendo morir, llegando a aislarse, el grado de presión y de estrés postraumático es mucho mayor», advierten Luengo y también Pedro Neira, de la López Ibor.

Neira habla de cómo están apareciendo nuevos miedos, por ejemplo a salir de casa como si uno se bastara con lo que tiene dentro: «También es una anomalía». En el caso de una de las profesionales a las que atendió Neira, Olga Sanz, trabajadora de una residencia de ancianos en la localidad madrileña de Pinto, las críticas a un trabajo «bien hecho» agudizan los efectos. «En las residencias no se cura, se cuida a los ancianos, y muchas veces nos han obligado a curar porque el hospital no tenía más medios. Te has visto en situaciones y funciones que no te correspondían». De una manera visible o soterrada, «les está pasando factura», alerta Neira.

Exceso de trabajo

Por su parte, Ángel Luis Rodríguez es responsable del servicio de Salud Mental de la Asociación de Médicos y Titulados Superiores (Amyts), que luce en su página web todavía un crespón negro por todas las víctimas a las que se llevó el Covid. Para los profesionales de la Medicina, la situación de sobrecarga estacional viene marcada por un déficit de recursos y un habitual exceso de trabajo que les ha puesto contra las cuerdas estos últimos meses, considera Amyts. Se ha trabajado al límite; con «una presión asistencial triple, cuádruple…», concede García Ramos.

«¿Te acuerdas del 11-S? Murieron 3.000 personas en un día, aquí cada día morían 1.000. Tal vez así la gente entienda nuestro enfado, nuestras reclamaciones para descansar…», dice Laura López-Táppero, médico de Urgencias del Hospital La Paz de Madrid.

Rodríguez apunta al «estigma» que temían los médicos y el resto del personal sanitario. «Tenían miedo a reconocer que no podían, o que les superaba. Ellos están habituados a curar, a aguantar, no a que les curen». Y López-Táppero cuestiona: «¿Te parece normal que un médico tenga que pedir permiso para salir de la consulta por no ponerse a llorar delante de una paciente que le cuenta lo mismo que ha vivido él?Lo más difícil de tener un estrés postraumático por esta pandemia es que nadie conoce tu trauma», aprecia esta médico. El psicoterapeuta Ángel Luis Rodríguez asiente: «Han tardado en llamar y pedir ayuda, tanto que en muchas ocasiones los cuadros que nos estamos encontrando están muy evolucionados. Nos preocupan mucho los de estrés postraumático y depresión. Han vivido situaciones durísimas».Un tercio de la población sufre el embate psicológico de esta catástrofe

Incluso para un médico. Incluso, también, para un trabajador de funerarias, habituados, si se permite la expresión, a tutear a la muerte. El secretario general de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, Alfredo Gosálvez, que representa a 11.500 empleados del sector, lo comenta: «No se dan de baja, pero estamos notando el bajón anímico considerable. Han trasladado 400 cadáveres en un día cuando se trasladaban 75 en una semana en Madrid». Eso no hay cuerpo, y sobre todo mente, que lo resista. El envite se ha producido con especial gravedad en la ciudad que cita Gosálvez, la capital de España, que ya vivió el desgarrador martillazo de los atentados del 11 de marzo. Sin embargo, todos los profesionales como Neira, Rodríguez o Luengo, dicen lo mismo: esto ha sido un 11-M casi cada día, demoledor.

«Se ha disparado la adrenalina en sangre, la presión y la tensión, la ansiedad. También para los terapeutas ha sido un poco traumatizante, extraño. Dábamos terapia incluso por WhatsApp, te pedían ayuda, se quedaban en silencio… O lloraban durante minutos y minutos al teléfono. Después volvían al trabajo y te preguntabas: ¿cómo es posible que en media hora esta persona haya pasado de estar derrotada a enfundarse de nuevo el EPI (equipo de protección individual) y seguir curando, ponerse otra vez en primera línea de fuego?. Yo, como médico, me siento orgulloso», afirma el psicoterapeuta de Amyts.

En el frente de batalla

En esa primera línea cabalga con regularidad Anselmo Gustinduy, en el parque municipal de Bomberos de Burgos. Agentes y Fuerzas de Seguridad han estado tan expuestos y lo suelen estar durante su trabajo diario que lo comentan con más naturalidad. Pero la afectación es evidente. Quizás, como acepta dicharachero Anselmo, uno está preparado para el fuego pero no para recoger a personas impedidas caídas en el suelo o a ver cómo el virus barre por completo un edificio, una residencia… Trabajadores como Olga o Jesús lamentan que, en efecto, cada embestida ha sido «un barrido muy fuerte».

Incapaz de contener la fiereza con la que soplaba el huracán Covid, el escudo humano en este país ha funcionado, pero para desviar ese vórtice se ha dejado la piel. «Con cautela, podría aventurarme a que el proceso de recuperación de estos miles de trabajadores será a medio plazo, no a corto. No será fácil –reseña Marita Galafate, psicóloga de Cruz Roja–. La prudencia y la corresponsabilidad de todos es un trabajo en equipo. En general, todas esas personas están siendo muy resilientes y están llevando el aprendizaje bastante bien, pero necesitarán puntos de sostén e higiene emocional. Sigue habiendo necesidad de cobertura psicológica».

A esta profesional, no obstante, lo que le inquieta más es «la población infantojuvenil» y las secuelas que deje el Covid en ellos, porque eran «menos previsibles». «En Cruz Roja estamos viendo los dos extremos: adolescentes que, por su edad, con desinhibición y relativización de las tragedias, salen a la calle sin miedo ni respeto; y lo contrario, chavales que se quedan encerrados en casa, sin querer salir», apostilla.

El psicólogo José Antonio Luengo recuerda los estudios que enfatizan que un tercio de la población sufrirá el zarpazo psicológico de esta catástrofe de primera magnitud. Entre el personal médico, notan diferencias también entre los jóvenes y los más veteranos, aunque la tragedia ha sobrepasado en general a todos. El insomnio y las pesadillas son parte de su «nueva normalidad».

«Yo estaba muerto mentalmente. Sin casi dormir, me levantaba, duchaba, comía, trabajaba… No hemos vivido el confinamiento como el resto de las personas, pero te has olvidado hasta de ti. Sigo en proceso de recuperación, la verdad es que me noto algo crispado, necesito una pausa para la desconexión. No me apetece todavía quedar, me da miedo, no me fío de estar cinco o seis personas metidas en una casa», añade Jesús Carcía, en el hospital del Henares, en Madrid.

Demasiada muerte de cerca

C. L.M. es celadora desde hace 31 años en el Hospital Reina Victoria de Madrid. No quiere que se cite su nombre porque está «muy enfadada». Sobre todo con el Gobierno, por las «mentiras vertidas» en torno a los recursos de que disponían. Para ella, el desgaste emocional se vio acrecentado por el físico. «Llevábamos batas de Zara, no entiendo por qué se meten tanto con ese señor; porque hasta que llegaron sudábamos todo el tiempo con los equipos (EPI) y tengo dermatitis por todas las manos por el doble guante. Era una locura. No había medios y trasladábamos a cientos de personas con Covid», reseña. «Todos hemos visto morir a demasiada gente, muy cerca».

La solidaridad ha remado a favor. En el gremio de los taxistas, decenas de voluntarios prestaron servicios gratuitos como Raúl Horcajada y se superaron al ver cómo compañeros con patologías daban lo mejor de sí mismos. Neira, psicólogo de la Clínica López Ibor, refleja una lectura positiva también observada entre muchos pacientes. «Un compañero de una residencia destaca que ha crecido y que nota que se le ha devuelto de alguna manera la utilidad de su profesión. Se ha extraído un discurso positivo de este evento, le han conseguido sacar partido de alguna manera» dentro de que es una tragedia inconmensurable.

Son la excepción. La generalidad de los «trabajadores del coronavirus» no quieren volver a vivirlo, se empeñan en borrar recuerdos, tienen «continuamente “flashbacks”» que les impiden conciliar el sueño o les vienen repentinamente a la mente, explica el psicólogo Luengo. El impacto de una segunda vez sería la puntilla.

Fuente: ABC

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here