La República y los legisladores

En estos tiempos de antesala al autoritarismo, hay que exigirle al gobierno diálogo, como hacían los opositores al PRI en casi todo el siglo pasado.

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Siempre he creído que el parlamentarismo es una forma superior de democracia a las repúblicas con un Poder Ejecutivo fuerte. El que las fuerzas políticas que representan los distintos grupos de ciudadanos y de intereses especiales tengan que entablar diálogo entre sí, es fundamental para la construcción de país.

Algo me gustaba del Poder Legislativo mexicano: el hecho de que los hombres y mujeres que nos representan en el Congreso, son auténticos representantes populares, con todas las virtudes y defectos usuales en nosotros los mexicanos. Cierto, hay grupos sobrerrepresentados y otros que apenas alcanzan voz en el cuerpo que construye las leyes de la República, pero eso pasa en todas partes.

Lo habíamos visto todo. Desde la famosa ‘Roqueseñal’ después de la crisis de 1994-95 para subir los impuestos, hasta las máscaras de cochino en los informes presidenciales cuando eran en Diputados, hasta nuestros amigos representantes entrando a caballo al recinto.

Y bien dice el dicho, una cosa es Juan Domínguez, y otra muy distinta su hermano Belisario. Al legislador chiapaneco contemporáneo de Madero probablemente le preocuparía igual que a mí la crisis legislativa que estamos viviendo.

El que los legisladores del partido mayoritario se erijan como mayoría y voten en velocidad récord un paquete legislativo digamos, ambicioso, no es tan preocupante como el fenómeno subyacente: ya no hay diálogo con la oposición y con quienes ellos representan. Ese no es el espíritu de un Congreso: en un Poder Legislativo sensato, la mayoría tiene que escuchar a las diversas minorías y llegar a acuerdos de cómo ayudarse mutuamente.

En México, la línea respecto a esos acuerdos es muy, muy gruesa, y es difícil distinguir qué es negociación política y qué es extorsión. Que la senadora Xóchitl Gálvez, a quien quiero y admiro, estuviera encadenada en Xicoténcatl pidiendo solamente el nombramiento de un comisionado para dar operatividad al INAI, me parece una negociación muy injusta.

Eso quiere decir que Morena aplica a la letra la filosofía Bartlett, el del antiguo Bartlett cuando era secretario de Gobernación: a la oposición no se le da ni un vaso de agua.

Por otro lado, los senadores Madero y Álvarez Icaza echando desmadre en el recinto de la Tabacalera me parece un despropósito. A pesar de la congestión por el concierto de Rosalía, la sede antigua de Xicoténcatl, atrás del Caballito, no es lejos de la Tabacalera. ¿Por qué no caminaron a Xicoténcatl a apoyar a su colega legisladora? ¿Por qué no se manifestaron afuera del recinto exigiendo negociación política antes de una votación fast-track? Con razón los del partido oficialista los desprecian. En estos tiempos de antesala al autoritarismo, hay que exigirle al gobierno diálogo, como hacían los opositores al PRI en casi todo el siglo pasado.

Entre un gobierno que es una aplanadora, y que tiene aspiraciones de reinstaurar la dictadura de partido único, y una oposición pusilánime, desarticulada y poco estratégica, estamos dejando los destinos de la patria en las peores manos posibles: las del Poder Ejecutivo. No solamente por los instintos autoritarios de quien encabeza la administración pública federal: el diseño institucional está ahí para que el monarca sexenal haga de las suyas.

México necesita una reforma política. Desafortunadamente, la clase política mexicana, incapaz de organizar una kermés o una sesión legislativa, no nos dará una reforma política que construya un Estado de pesos y contrapesos.

La dueña de las quincenas de este columnista dice que nos vayamos de México. Yo no nací aquí; ella sí. Creo que estoy más apegado a la tierra que la vio nacer que ella. Es algo que definitivamente hay que considerar, sobre todo por el peso que tiene en mi familia la opinión de la solicitante; algo muy mexicano. Respetamos mucho a las mujeres en la casa, pero no en el Congreso, o en los trabajos, o en otras partes. De cualquier forma, y a pesar de la gravedad de la petición de la madre de mis hijos, no he podido resolver dos cuestiones fundamentales: ¿A dónde nos vamos y a hacer qué?

La patria no es producto de la generación espontánea. Se construye a brazo partido. Pregúntenle a gente de países exitosos si su historia ha sido miel sobre hojuelas. Claro que no.

Quedémonos a continuar la construcción de la patria. Aunque los dueños del circo político y de la pista legislativa opinen que es momento de destruir. Ya a ellos la historia los recordará como destructores. Necesitamos más constructores. ¿Quién se apunta?

El autor es asesor en Agon Economía Derecho Estrategia, Consejero MUCD.

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