Barcelona 92: La flecha que paralizó el mundo

Antonio Rebollo, el arquero encargado de encender el pebetero: «No pensé en nada: solo tenía que estar concentrado»

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Tres décadas después de los Juegos Olímpicos de Barcelona, sigue siendo inevitable volver a sentir una emoción tremenda como la de la noche del 25 de julio de 1992, y especialmente del momento en que, tras segundos de máxima expectación, se encendió el pebetero del Estadi Olímpic. Y la culpa de ello la tiene Antonio Rebollo, el arquero que fue elegido para lanzar ese tiro perfecto que daba inicio a la competición deportiva y que se convirtió en un icono para la historia.

En ese momento fue el centro de todas las miradas, con una gradería llena hasta la bandera y más de 3.500 millones de espectadores viéndole por televisión. Su disparo de unos pocos segundos dio la vuelta al mundo. «Con el paso del tiempo fui consciente de la repercusión que tuvo ese momento», confiesa treinta años después en entrevista para ABC. Ahora, a sus 67 años, Antonio dedica la mayor parte del día a su trabajo como ebanista, aunque todavía tiene muy presente su hazaña en los Juegos Olímpicos.

Antonio Rebollo, en el taller de ebanistería donde trabaja
Antonio Rebollo, en el taller de ebanistería donde trabaja

Solo dos horas antes del lanzamiento supo que era el elegido. «En aquel momento no pensé en nada porque solo tenía que estar concentrado y hacer lo que tenía que hacer», rememora. Por suerte, y sobre todo por todo el trabajo de preparación que había detrás, la jugada salió bien. «Estuve entrenando cada fin de semana durante un año. Primero en el foso de Montjuïc y después en el Estadi Olímpic», comenta. Todo empezó con un proceso de selección, que en el caso de Antonio fue especial porque contactaron directamente con él: fueron a buscarle al campo de tiro de la Federación Española en Madrid, de donde era, y se desplazó a la capital catalana para una primera prueba. A partir de ahí, explica, se puso a trabajar con el equipo de Reyes Abades, el especialista en efectos especiales que ideó la magia de la flecha de Barcelona’92.

Máximo secretismo

El arquero tuvo que firmar un documento de confidencialidad que le impedía decir que estaba en ese proceso de selección y lo llevó a rajatabla hasta el punto de que no contó nada ni a sus allegados. «Algunos compañeros sabían que iba a hacer los ensayos a Barcelona, pero yo no lo dije ni siquiera a mi familia», admite.

Uno de los recuerdos más valiosos que conserva Antonio es el arco que utilizó para encender el pebetero. Un objeto que forma parte de la historia y que guarda con mucho cariño, pero que hace tiempo que no utiliza porque ya no puede tensarlo. «No se parecía en nada a un arco de competición olímpica, ya que era un arco que se empleaba para la caza. Era una especie de palo moderno, de una fabricación perfecta, pero de madera y que no tenía visores ni nada», describe.

Barcelona’92 fue, para él, mucho más que un adelanto en la herramienta que usó, y es que Antonio destaca que la cita supuso «un cambio radical, desde la configuración de la ciudad hasta la innovación del espectáculo». Con ese recuerdo muy vivo, el arquero se muestra pesimista con la celebración de unos nuevos Juegos Olímpicos en España, como se ha intentado sin éxito hace poco, porque cree que la influencia política es cada vez mayor a la hora de plantear candidaturas. Nada que ver con lo que pasó entonces, cuando las administraciones remaron a una para conseguir unos Juegos de éxito.

A nivel personal, tras los Juegos, Antonio sí se sintió el centro de atención y allá donde iba era reconocido. «La gente me pedía fotos y todos los medios querían entrevistarme. Fue una época donde me dejé llevar», relata ahora, con una vida mucho más tranquila en la que, ironiza, ya solo lo paran los amigos de toda la vida. «Ya no me reconocen por la calle, porque no me reconozco ni yo mismo», comenta entre risas.

Revolución en su disciplina

Desde pequeño tuvo que luchar contra la poliomielitis, una condición física que le ha afectado toda la vida, pero eso no le alejó del deporte, una de sus grandes pasiones. «Ha sido lo que me ha sacado de todo. En un barrio humilde como San Blas si había algún tipo de problema de estudios, social o familiar, el deporte era la forma que uno tenía para eludir los malos momentos».

Si algo le marcó, fue su pasión por el arco, que le acabó cambiando la vida. Gracias a ello se convirtió en un deportista de élite (con nueve campeonatos de España y uno de Europa) y cató la gloria paralímpica, con una medalla de plata en Nueva York’84, un bronce en Seúl’88 y otra plata en Barcelona’92. «Ganar medallas era una gran satisfacción. Después de la última, me sentí un poco extraño porque los reconocimientos pasaron a ser solo por ese tiro. Está muy bien, pero mi currículum deportivo quedó relegado», reconoce.

Su gesta cambió el mundo del arco, hasta entonces conocido básicamente como un deporte amateur y que ganó popularidad: mucha gente se interesó por este deporte y ayudó a que fuera más accesible para todo el mundo. «Los jóvenes que se inician en el tiro al arco han superado con creces las expectativas que teníamos nosotros en esa época, tanto en puntaciones como en el medallero. Antes éramos tres o cuatros los que estábamos en el ‘top’ de la arquería y hoy en día hay muchísima gente», expone.

ABC

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