Investigar la era digital, una pesadilla para los historiadores del futuro

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Durante siglos casi todas las comunicaciones se realizaban por carta, y muchas de ellas han acabado en archivos, donde ofrecen una información muy valiosa a los historiadores. Con el tiempo, el correo electrónico, los SMS y los whatsapps han sustituido a las cartas. Sin embargo, la mayoría de esos documentos digitales se perderán irremediablemente si no se toman medidas para evitarlo

Hasta hace un par de décadas la mayor parte de las comunicaciones entre los seres humanos se realizaban por carta. Había cartas oficiales y personales, políticas y diplomáticas, comerciales y privadas, literarias y científicas, había cartas amistosas, de amor y de desamor. Con el paso del tiempo muchas de ellas se perdieron o destruyeron, pero otras acabaron en archivos, convertidas en una valiosísima fuente de información para los historiadores. Gracias a las cartas se han podido reconstruir grandes episodios de la historia, como por ejemplo el Descubrimiento de América.

Ahora las cartas se han sustituido por correos electrónicos, SMS o whatsapps. La Administración se dirige a los ciudadanos por estos conductos y la política se cocina a golpe de mensaje electrónico, SMS o whatsapps. La Administración se dirige a los ciudadanos por estos conductos y la política se cocina a golpe de mensaje electrónico. Por esta vía, el presidente del Gobierno se comunica con el Rey y con sus ministros, y también negocia acuerdos, como fue la renovación de los órganos constitucionales, con el líder de la oposición. La historia hoy se está escribiendo en soporte digital. Sin embargo, la mayor parte de esa documentación no se conserva y se perderá irremediablemente si no se toman medidas para evitarlo. A los historiadores del futuro les resultará muy difícil investigar sobre nuestro presente.

Uno de los primeros que alertó de este riesgo, en 1997, fue Terry Kuny, quien acuñó el término ‘digital dark ages’ (edad oscura digital). El entonces asesor de la Biblioteca Nacional de Canadá lanzó su advertencia ante la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecas y retó a los archiveros actuales a actuar como los monjes de la Edad Media que lograron preservar la cultura en los monasterios.

La edad oscura digital

Con la edad oscura digital, Kuny se refería sobre todo al vacío de información que ya había empezado a producirse al quedarse obsoletos los equipos, formatos y programas informáticos en los que se estaban almacenando los documentos. Algo que casi todo el mundo ha experimentado alguna vez cuando ha tratado de reproducir una vieja grabación realizada en casete, súper 8, en vídeo 2000, beta, vhs, disquetes o cualquier otra tecnología en desuso. Incluso la superavanzada Nasa sufrió en sus propias carnes las consecuencias de la obsolescencia informática cuando, diez años después de su grabación, trató de analizar las cintas magnéticas del aterrizaje de la sonda espacial Viking en Marte acontecida en 1976. El formato era indescifrable y costó meses de trabajo recuperar las imágenes.

Pero además de los problemas de obsolescencia informática, la documentación digital se enfrenta a otras dificultades, como advierte la archivera e investigadora Virginia Ramírez Martín. «Los documentos digitales no se conservan por sí mismos, como ocurría con los de papel, que bastaba con guardarlos en una carpeta». «Ahora necesitamos tener conciencia de querer conservarlos, capacidad económica para invertir en dispositivos y programas que permitan acceder a los documentos con el paso del tiempo y, además, dedicarnos periódicamente a seleccionar lo que queremos conservar».

Todo ello exige un cambio de mentalidad, ya que «solo se guarda lo que consideramos que tiene valor, y el valor que otorgábamos a algo que podías tocar no se lo aplicamos a un documento digital. De hecho, el soporte ha devaluado el valor del documento», explica. «Antes, la mayoría de las abuelas conservaban en una caja cartas importantes, fotos y recuerdos de familia. Sin embargo, nosotros no guardamos los documentos porque, una vez que cumplen con su misión, que es trasladar un mensaje, creemos que carece de sentido conservarlo y es posible que hoy no nos parezcan importantes documentos que pueden ser relevantes en el futuro para ver cómo vivía la gente en este momento».

Las cartas de escritores

Las cartas de los escritores, por ejemplo, aportan información muy valiosa, y no solo literaria, sobre la época que vivieron, como se puede apreciar en los archivos de Camilo José Cela o de Miguel Delibes, o en la correspondencia que mantuvieron Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Como hicieron ellos, es muy probable que Arturo Pérez-Reverte guarde las cartas de papel recibidas años atrás, pero ¿conserva ahora sus correos electrónicos?, se pregunta la archivera.

Ramírez explica que las cartas vivieron su época dorada durante los siglos XIX y XX y que ello se produjo por varias razones, como fueron «el mayor acceso de la población a la alfabetización», la extensión de la red de correos y el perfeccionamiento del sobre. En aquella época, por ejemplo, un diputado o senador que no iba a asistir a una sesión en el Parlamento enviaba un ‘saluda’ o un ‘besalamano’ en el que se excusaba porque estaba enfermo o porque tenía otro compromiso. «Ahora lo hacen por correo electrónico, SMS o whatsapp, que no se conservan. Y no es que esos documentos sean fundamentales para entender la historia, porque ésta se hace de grandes acontecimientos, pero estos detalles nos pueden dar una pista o ayudar a reconstruir acontecimientos particulares».

Antes, cuando moría una persona relevante del mundo de la cultura, «todos los pésames se enviaban por carta, pero ahora se cuelgan mensajes en las redes sociales que nadie se está ocupando de guardar».

Las cartas han caído en desuso hasta el punto de que ahora, comenta sorprendida, hay jóvenes veinteañeros que «no han recibido más cartas que las de la universidad o el banco. Nunca han recibido una carta personal y no saben dónde tendrían que pegar el sello o rellenar el remitente o la dirección si tuvieran que enviar una. Hay una generación que no tiene contacto con las cartas», relata.

Información relevante

Ramírez también advierte de que no se está conservando el contenido de las cuentas que han creado las instituciones en las redes sociales. «En Estados Unidos, las cuentas institucionales del presidente y de algunos altos cargos se conservan para su consulta». Sin embargo, en España «no hay ninguna estrategia que contemple la conservación de las cuentas de los altos cargos, y lo cierto es que están ofreciendo información relevante sobre la institución a la que representan».

En relación con las cuentas de Twitter, Ramírez incide en el hecho de que «nosotros no somos dueños de la herramienta; somos usuarios. Y cuando Twitter decide suprimir una cuenta o hacer un borrado de imágenes porque pueden herir la sensibilidad o por las razones que sean, hay una parte de esa información sobre la que alguien está tomando decisiones sin ser estrictamente suya. Esa falta de control sobre la herramienta hace que podamos perder información», sostiene.

Patrimonio Histórico

En España «la documentación administrativa está perfectamente reglamentada, aunque hay ciertos conjuntos documentales que no se están conservando». En concreto, la Ley de Patrimonio Histórico establece que «cualquier documentación generada por las administraciones públicas es patrimonio documental desde el mismo momento de su creación. En el caso de la documentación generada por algunas instituciones de relevancia, como son los partidos políticos o los sindicatos, deviene patrimonio a los 40 años, y la documentación de los particulares, cuando cumple un siglo».

Además, la conservación de los documentos está «bajo el paraguas de la Ley de Procedimiento Administrativo, que nos indica cómo formar un expediente, qué documentación se puede guardar y qué documentación no forma parte del expediente». Sin embargo, «hay cierta información que sí se conservaba en los expedientes anteriores, en papel, y que ahora, en formato digital, no se guarda. Es el caso de algunos borradores, las minutas o algunas comunicaciones internas. En definitiva, las cuestiones que llamaríamos protocolarias ahora no dejan rastro documental y antes sí lo dejaban –explica–. Si acaso, dejan unos rastros multiformes que podemos ir recuperando a través de las redes sociales o de la fotografía, pero ya no constituyen la unidad de un expediente, como antes. Y al investigador del futuro le va a costar mucho más esfuerzo rearmar y recopilar esa información diseminada por diferentes lugares».

Por Almudena Martínez Fornés

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