Estados Unidos, con un presidente rehén

En los siguientes días se puede hundir la razón de ser del gobierno de Joe Biden, y quedaría un presidente florero en el Salón Oval de la Casa Blanca.

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MIAMI, Florida.- Calma, la ‘catástrofe’ económica y financiera de Estados Unidos anunciada para hoy o mañana seguramente no va a ocurrir, pero sí está en vilo la agenda con la cual Joe Biden ganó las elecciones.

En los siguientes días se puede hundir la razón de ser de este gobierno, y quedaría un presidente florero en el Salón Oval de la Casa Blanca.

Vamos por partes.

Para mañana primero de octubre deben estar aprobadas en el Congreso las 22 iniciativas que constituyen el gasto público de Estados Unidos.

En caso de que no se aprueben, se ‘cierra el gobierno’. Es decir, se paralizan todos los servicios federales, a excepción de los considerados de emergencia: Ejército, manejo de los códigos nucleares, etcétera.

Tal desastre se evita con la firma de un acuerdo en el Congreso, llamado ‘resolución continua’, para que el gobierno siga operando con el Presupuesto del año fiscal previo.

Los republicanos dicen a los demócratas: de acuerdo, firmamos la resolución continua para no descarrilar la marcha del gobierno, pero no aten este acuerdo a un nuevo techo de deuda pública.

Son dos temas diferentes, y hay tiempo (18 días) para discutir el endeudamiento que piden y al cual nos negamos, dicen los republicanos, que quieren que los demócratas suban el margen de endeudamiento unilateralmente, pues tienen los votos para ello.

Por eso se ve muy difícil que los demócratas paralicen su gobierno, sólo para culpar a los republicanos de no autorizarles un incremento al techo de deuda.

El punto está en otro lado: en las divisiones que hay en el partido gobernante en torno al plan de infraestructura física, de 1.2 billones de dólares, y el social, de tres y medio billones de dólares, propuesto por el presidente Biden (para el cual se requiere subir el techo de la deuda autorizada por el Congreso).

En el Senado, Biden es rehén de dos senadores demócratas ‘moderados’, Joe Manchin, de Virginia del Oeste, y Kirsten Sinema, de Arizona.

Ambos se han rehusado a apoyar el ambicioso plan de infraestructura humana por 3.5 billones de dólares y con ello han polarizado la fracción senatorial ‘progresista’, encabezada por Bernie Sanders y Elizabeth Warren.

Dicen que ‘por ahora’ no es necesario un paquete social de esa magnitud, pues aún no se termina de ejercer lo aprobado en marzo.

Además, sostienen, 3.5 billones de dólares es una cantidad exagerada, que agravará el déficit fiscal y detonará inflación y tasas de interés.

Cierto, en esos casi 4 billones va mucho ‘puerco’, como le llaman aquí a lo que en México se le asemeja un poco a lo que llamamos ‘moches’: una carretera de escasa utilidad en Rhode Island para ayudar al senador fulano, y este otro puente en Virginia que le será de utilidad al candidato sutano.

Entonces, los líderes demócratas en el Congreso le piden al senador Manchin y a la senadora Sinema: dennos un número que sea aceptable, según ustedes, para tratar de conciliar cifras sin derrumbar lo esencial del proyecto de infraestructura social del presidente.

Y no lo dan. Así, no hay manera de negociar dentro del mismo partido del presidente.

En la Cámara baja, Biden es objeto de los chantajes políticos de dos corrientes claras de su partido: la fracción ‘progresista’ integrada por 95 miembros, y cuya cabeza notable es la más joven legisladora del Congreso, la representante boricua de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez.

Ellos dicen: el plan de infraestructura social es de tres y medio billones de dólares. Punto. Eso, o nada.

Por contraparte, ahí en la Cámara de Representantes, están los demócratas ‘moderados’ –apodados Blue Dogs–, que son liderados por el mexicano-americano Henry Cuellar.

Mientras los ‘progresistas’ apoyan la generosa agenda de gasto social del presidente, los conservadores fiscales están preocupados por el aumento de la deuda y por hipotecar el futuro de varias generaciones de estadounidenses.

A diferencia de otros presidentes, que tenían la posibilidad de culpar a la oposición por el estancamiento de sus prioridades de política legislativa, Biden no tiene a quien apuntar, salvo a las divisiones en su propio partido.

Si Biden no logra rescatar sus dos prioridades de política doméstica, los demócratas pueden irse despidiendo de la posibilidad de retener la mayoría de la Cámara baja y de la Cámara alta en las elecciones legislativas de noviembre del próximo año.

Tanto el presidente como su partido llegarían a las urnas con sólo un triunfo legislativo: el paquete de alivio económico por la pandemia.

La canasta de promesas incumplidas estaría repleta: los dos paquetes de infraestructura, la reforma migratoria, la ley de derechos de los votantes y la ley para establecer nuevas regulaciones para la compra de armas de fuego.

Barack Obama perdió 63 escaños en las elecciones intermedias, siendo presidente popular. Lo de Biden puede ser una catástrofe política.

No pasará mucho tiempo sin que lo sepamos.

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