Charles Sobhraj, una serpiente mortal en el sendero hippie del sur de Asia

Nepal libera a un legendario asesino en serie cuyas artes criminales ponen los pelos de punta. Alega razones de salud para regresar a Francia

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Charles Sobhraj, conocido internacionalmente como El Serpiente, uno de los asesinos en serie más legendarios de la historia del crimen, ha vuelto a Francia, bajo control policial, esperando volver a escapar a sucesivas condenas de decenas de años de cárcel –o a perpetuidad–, aceptadas las «razones de salud» que han permitido su liberación en Nepal.

Consagrado como maestro excepcional en el ‘arte’ del asesinato cosmopolita, El Serpiente tiene un puesto privilegiado en la historia de las grandes fechorías criminales: la ‘gastronomía’ homicida, la alquimia con drogas perversas, el tráfico de joyas y documentos ensangrentados, la seducción canalla, la corrupción carcelaria, la puesta en escena de camas redondas crapulosas… Una auténtica joya.about:blank

Sobhraj nació en Saigón en 1944, en la antigua Indochina francesa, la actual Ciudad Ho Chi Minh, la ciudad más poblada de Vietnam, de madre vietnamita y padre hindú. La pareja se separó cuando el niño tenía tres años. La madre se fugó a Marsella con un oficial del ejército colonial francés. El niño se quedó en Saigón con su padre, autorizado a vagabundear, iniciándose al robo callejero, hasta que su madre decidió recogerlo para instalarse en Francia (Marsella y París).

Delincuente juvenil

Administrativamente francés, el futuro Serpiente se convirtió en un delincuente profesional entre los doce y los quince años. Adolescente, tras tres años de cárcel, contrae matrimonio con Chantal Compagnon, con la que inicia su carrera criminal de muy altos vueltos en Grecia, el sureste asiático, Afganistán, la India, Camboya, Hong Kong, Bangkok, Nepal, Tailandia, Katmandú, el sendero hippie-mochilero del sur de Asia…

Julie Clarke, periodista australiana, autora, con Richard Neville, del primer gran libro sobre Charles Sobhraj, recuerda de este modo el principio de la leyenda criminal de El Serpiente: «Por los años 60 y 70 del siglo pasado, muchos jóvenes europeos, deseando romper con todas las normas sociales, tomaban la Ruta, el sendero hippie. Eran representantes de una subcultura que buscaba otras formas de espiritualidad en Afganistán, la India, Katmandú… Hombre cultivado, que hablaba varias lenguas, Sobhraj ligaba con chicas y chicos europeos, les hablaba de Nietzsche, del budismo, del hinduismo… y, a partir de ahí, los drogaba, los robaba y terminaba matándolos con una crueldad de asesino perverso».

Entre 1970 y 1976, El Serpiente solo o con uno o dos cómplices, chicos y chicas seducidos por su ‘gran arte’ criminal, consumaron entre veinte y treinta asesinatos, y varias decenas de robos crapulosos.

Trampas mortales

En Bombay y Nueva Delhi, El Serpiente practica con éxito el uso de drogas perversas. Liga con chicas, chicos, bisexuales, gais, heteros, en bares y prostíbulos de paso… La ‘filosofía’ que encantaba a hippies y mochileros terminaba en ‘consejos médicos’: Sobhraj denunciaba a los médicos locales y suministraba píldoras para «evitar enfermedades». Sus víctimas caían en la trampa. Y desaparecían degolladas con perversidad.

En la playa de Pattaya, a 165 kilómetros de Bangkok, acompañado de otro sicario y de una nueva amante y cómplice, Marie-Andrée Leclerc, El Serpiente da un salto cualitativo en su siniestra carrera criminal: los ‘asesinatos en bikini’. Décadas más tarde, Sompol Suthimal, policía tailandés, recuerda la historia con mucha precisión: «Jóvenes turistas europeas aparecían en el mar, degolladas, violadas, víctimas de abusos y torturas, tras haber sido drogadas… Terminamos descubriendo la obra atroz de El Serpiente, su amante y sus cómplices: no solo robaban joyas y dinero, se quedaban con los pasaportes que utilizaban o revendían en el mercado negro».

La joven francesa Nadine Gires tenía veintidós años por entonces (1975), vivió en el mismo inmueble de un barrio turbio de Bangkok que Sobhraj, con quien se cruzó en las escaleras, en muchas ocasiones. Lo recuerda con turbada precisión: «Era un joven elegante, cultivado. Mi esposo fue el primero en advertir que muchos de los amigos que vivían o frecuentaban su casa caían enfermos antes de desaparecer. Un día le dije, riendo, en broma: ‘¡Traes mala suerte a tus amigos!’. Otro compatriota terminó descubriendo que Sobhraj drogaba, envenenaba y terminaba asesinado a sus amigos y huéspedes, turistas de paso, mochileros, hippies, víctimas de un asesino diabólico».

Nadine Gires y un diplomático holandés, Herman Knippenberg, fueron los primeros en comenzar a montar un informe documental que terminaron presentando a la Policía tailandesa. Con un éxito relativo. Las idas y venidas de El Serpiente, entre Bangkok, Katmandú, Hong Kong, Benarés, Nueva Delhi, entre otras ciudades asiáticas, se realizaron con documentos falsos. Los rastros de sangre, droga y tráficos crapulosos tenían infinitas direcciones. Tras otra sombría historia, en el Hotel Vickram de Nueva Delhi, donde fueron drogados una veintena de estudiantes franceses, Sobhraj fue detenido, procesado y condenado a muchos años de cárcel.

Fuga en prisión

En la prisión de Tihar, en la capital de la India, El Serpiente confirmó su gran arte en el manejo de la corrupción carcelaria. Consiguió seducir y drogar a sus carceleros y evadirse. Pero fue detenido semanas más tarde en la playa de Goya. Tras veinte años en prisión, fue expulsado a Francia, en 1997, instalándose en Chinatown-sur-Seine, el barrio chino de París, donde cobraba mucho dinero por conceder entrevistas, esperando publicar sus memorias.

Cometió el error infantil de volver a Nepal, en 2003, como ‘consultor’. Fue reconocido por un periodista en las calles de Katmandú, donde fue detenido y condenado a cadena perpetua. Diecinueve años más tarde, volvió a conseguir la libertad «por razones de salud». En el aeropuerto parisino de Charles-de-Gaulle, lo esperaba la Policía judicial la semana pasada. Sobhraj volvió a casarse con una joven nepalí que lo considera «inocente de todas las mentiras que cuentan sobre él». La justicia francesa se pregunta qué hacer con El Serpiente, que tiene ya 78 años. Quienes lo conocieron y siguen vivos lo recuerdan con pavor.

Fuente: ABC

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