AMANDA KNOX: ACUSADA DE UN ASESINATO DEL QUE FUE ABSUELTA

"Me pasé años culpándome"

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El 1 de noviembre de 2007, la estudiante británica Meredith Kercher murió apuñalada en su habitación de la casa que compartía en Perugia, Umbría (Italia). Las sospechas recayeron en una de sus compañeras de piso, la estadounidense Amanda Knox, y en el novio de esta, el italiano Raffaele Sollecito. Se pensó que la habían asesinado durante un macabro juego de sexo y drogas. El juicio contra ambos se convirtió en un espectáculo mediático, con el foco centrado en Amanda. Su aspecto físico dio alas a las fantasías de muchos periodistas, que la convirtieron en una dominatrix obsesionada por el sexo.

Finalmente, la sentencia declaró culpable a Rudy Guede, traficante de droga de 21 años cuyo ADN estaba en la escena del crimen. Le cayeron 30 años, que más tarde se redujeron a 16. En el mismo juicio, que tuvo lugar en 2009, Amanda Knox y Raffaele Sollecito fueron condenados a largas penas de cárcel como colaboradores. Aquello fue solo el comienzo de un largo periplo judicial. La pareja fue absuelta en 2011 tras prosperar su apelación y Knox regresó a Estados Unidos. En 2013, el Tribunal Supremo anuló la absolución y el juicio volvió a repetirse, de nuevo con sentencia condenatoria. En 2015, el Supremo confirmó definitivamente la absolución de la pareja. Según el tribunal, la investigación estaba plagada de errores y no había pruebas de su culpabilidad.

Rudy Guede ya está en la calle. Salió en noviembre pasado… y sigue proclamando su inocencia. En declaraciones a un periódico británico dijo recientemente: «Conozco la verdad, y Amanda también la conoce».

«Los medios de comunicación alimentaron las dudas durante años. Aunque no había evidencias, les fascinó la idea de un juego sexual entre dos mujeres que se descontroló»

Amanda Knox tiene hoy 34 años. Acude a la entrevista acompañada por su hija, Eureka Muse, y su marido, Christopher Robinson.

XLSemanal. Usted fue declarada inocente y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo condenó a Italia a pagarle una indemnización. Sin embargo, la frase que más he oído mientras preparaba esta entrevista ha sido: «Seguro que fue ella». ¿Por qué?

Amanda Knox. Los medios de comunicación alimentaron las dudas durante años.

Robinson. La verdad no es una historia tan interesante…

A.K. La verdad es la historia de un joven que empieza con pequeños robos y que va cometiendo delitos cada vez más graves. Que toma una mala decisión tras otra. Y acaba pasando algo malo de verdad: mata a una mujer. Es la historia de Rudy Guede, que dejó su ADN en el lugar de los hechos.

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La escena del crimen. Bajo el edredón, el cadáver de Meredith Kercher, la universitaria inglesa asesinada en 2007 en un piso en Perugia, en el que convivía con la estadounidense Amanda Knox (a la derecha) y otras estudiantes de intercambio.

XL. Rudy está libertad. Y casi nadie conoce su nombre…

A.K. La persona que cometió el crimen se desvaneció de la conciencia colectiva, mientras que a mí todavía se me sigue asociando con el asesinato. Creo que es por la historia que contaron la Fiscalía y los medios de comunicación. La idea de un juego sexual entre dos mujeres jóvenes que se acabó descontrolando fascinó, aunque no había evidencias. En el lugar de los hechos no se encontró ni mi ADN ni el de Raffaele. Las supuestas ‘pruebas’ fueron rechazadas.

XL. Durante el juicio, también se apuntó a la participación de varias personas en el crimen.

A.K. Muchas mujeres mueren a manos de un hombre armado y solo, pero en este caso se dijo que era imposible. Alegaron razones absurdas. Por ejemplo, que Meredith había recibido varias clases de kárate hacía unos años.

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La víctima.Meredith Kercher estudiaba Política Europea e italiano en la Universidad de Leeds. Soñaba con trabajar para la UE o como periodista. En octubre de 2007, con 21 años, inició cursos de Historia Moderna, Teoría Política e Historia del Cine en la Universidad de Perugia, ciudad en la que, el 1 de noviembre de ese año, su cuerpo fue hallado sin vida, apuñalada de forma brutal tras ser agredida sexualmente, en el piso que compartía con otras estudiantes. La Policía acusó a una de ellas, la estadounidense Amanda Knox, y a su novio italiano, Raffaele Sollecito. Más tarde hallaron huellas manchadas de sangre de Rudy Guede, un joven traficante, que pasó 16 años en prisión.

XL. Cuando hoy piensa en aquel día, ¿qué opina? ¿Se arrepiente de no haberse marchado de Italia? ¿De quedarse a disposición de la Policía como testigo?

A.K. Mi madre quería que volviera inmediatamente a Estados Unidos, al fin y al cabo había un asesino suelto por Perugia. Pero la Policía me dijo que me necesitaba. Tenía 20 años, era muy naíf y que me acusaran ni se me ocurrió.

XL. En cambio, los medios decían que usted era fría como el hielo. La escena del beso entre usted y Raffaele delante de la casa en la que se acababa de encontrar el cadáver dio la vuelta al mundo.

A.K. Pasé la noche en casa de Raffaele, volví a la mía para darme una ducha y cambiarme de ropa. Allí me di cuenta de que algo no cuadraba: la puerta de la casa estaba abierta, había manchas de sangre en uno de los baños, en el otro alguien no había tirado de la cadena… Pensé que la sangre podía ser de la menstruación o de una herida. Y la puerta de casa llevaba tiempo rota. Pero ninguna de mis compañeras habría dejado el inodoro en ese estado. Tuve miedo. Raffaele y yo llamamos a la Policía. La puerta de la habitación de Meredith estaba cerrada y no contestaba al móvil. Empezaron a venir agentes, cada vez más; también vino Filomena, mi compañera de piso italiana.

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El beso. Este beso entre Amanda y Raffaele ante la casa en la que se acababa de hallar el cadáver contribuyó a modelar la imagen mediática que se construyó de ella como una mujer fría.

XL. ¿Todos hablaban italiano menos usted?

A.K. Sí, y muy rápido, con mucha excitación. Al final acabaron echando abajo la puerta de Meredith. En ese momento, yo estaba en la otra punta del piso, oí gritos y me sacaron de la casa sin que supiera que había pasado. Mi compañera italiana sí vio cuando rompieron la puerta. Empezó a llorar, a gritar, se derrumbó.

XL. Algo normal cuando ves el cadáver de tu compañera de piso.

A.K. Sí. Yo, por mi parte, estaba muy confusa, no dejaba de hacer preguntas, pero nadie me respondía. Fue en esa situación cuando se produjo la escena del beso. Me acerqué a Raffaele, me consoló y me contó lo que había. Así que me enteré de que había pasado algo malo, pero nunca llegué a ver el cadáver. Fue en la comisaría, cuando me interrogaron, cuando una agente hizo un gesto (se pasa el dedo por la garganta) que me dejó claro cómo había muerto. Varios días más tarde los investigadores me llevaron a la casa para examinar nuestros cuchillos de cocina. En ese momento supe que lo que estábamos buscando era el arma homicida. Empecé a llorar.

XL. Al fin reaccionaba…

A.K. Cuando miras a alguien desde un prisma concreto, todo se vuelve sospechoso. Los policías me preguntaron por qué me echaba a llorar así, de repente. ¿Mala conciencia quizá? Y era igual con todo. Compraba ropa interior: sospechoso. Pedía algo de comer durante un largo interrogatorio: sospechoso. Me pasé años culpándome, ahora lo que hago es defenderme. El problema no era mi comportamiento. Los investigadores son responsables de sus errores, no yo.

Robinson. Necesitabas ropa interior porque no te permitían entrar en la casa, ¿no?

A.K. Sí. Y no compré lencería, como se dijo, era ropa interior normal. Y luego está lo de los ejercicios de yoga…

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El culpable. Rudy Guede, traficante de drogas cuyo ADN estaba en la escena del crimen. Le cayeron 30 años, que se redujeron a 16. Ya libre, dice ser inocente.

XL. Se dijo que se había puesto a hacer volteretas en la comisaría.

A.K. Tampoco es cierto. Hice unos estiramientos porque llevaba mucho tiempo obligada a estar sentada. Pero, para mí, lo más absurdo es otra cosa: aunque estuve todo el tiempo rodeada de policías, no se me pasó por la cabeza que pudiesen sospechar de mí.

XL. ¿Cuándo lo tuvo claro?

A.K. Días más tarde, cuando se leyó la acusación ante un juez.

XL. Para entonces, usted ya había declarado que la noche en cuestión sí que estaba en casa. Que había oído gritar a Meredith. Y que Patrick Lumumba, el dueño del bar en el que usted trabajaba, tenía algo que ver en el crimen.

A.K. La Policía me estaba sometiendo a mucha presión. Miraron en mi móvil y vieron que le había escrito a Patrick: «See you later». Lo interpretaron en su sentido literal, «nos vemos luego», y me dijeron que era una cita, una prueba de que aquella noche quedamos. Me dijeron que estaba traumatizada, que no recordaba bien lo que pasó. Me gritaron, me zarandearon, me golpearon, me dijeron que tenía que esforzarme y recordar. Y durante un momento creí, de verdad, que había pasado por una experiencia tan terrible que era incapaz de recordarla, que me estaba volviendo loca.

XL. Luego se retractó.

A.K. A la mañana siguiente, después de dormir unas horas.

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La casa. La casa de Perugia en la que la estudiante de intercambio británica Meredith Kercher fue asesinada el 1 de noviembre de 2007.

XL. Basándose en esa declaración, se la condenó a tres años de cárcel por acusar en falso a Lumumba. Se consolidaba así la imagen de una chica blanca que señala con el dedo a un hombre negro en cuanto la acusan a ella. A pesar de que Lumumba tenía coartada, pasó dos semanas en la cárcel.

A.K. No fui yo quien metió a Patrick en todo esto, fueron los propios investigadores. Me presionaron, dijeron que alguna implicación debía de tener. Pero entiendo que la gente tuviera esa impresión que menciona. A las mujeres blancas rara vez se las condena por crímenes que no han cometido. Lo veo todos los días en Innocence Project, un programa en el que llevo varios años colaborando. La mayoría de las personas condenadas injustamente en Estados Unidos son de raza negra… y hombres.

XL. Pocos días después del crimen, la Policía anunció que el caso estaba resuelto. Los responsables eran Patrick Lumumba, Raffaele Sollecito y usted, los tres habían asesinado a Meredith durante un inquietante juego con drogas y sexo. A usted la describieron como «diablesa», ninfómana, dominatrix. Su aspecto físico influyó en el circo mediático que se organizó.

A.K. Meredith fue violada antes de morir, lo que dejaba claro que se trataba de un crimen sexual. Cuando me acusaron a mí, una mujer, se convirtió en un caso de chica buena y chica mala. Mientras que a Meredith se la veía como una santa, yo era la puta. Las dos teníamos la misma edad, íbamos de fiesta, teníamos citas con chicos. Pero de repente éramos extremos opuestos. Meredith se convirtió en la víctima ideal. Yo, en una dominatrix obsesionada por el sexo que obligaba a los hombres a hacer todo lo que les ordenaba. Pero no era cierto, yo era una chica normal.

XL. En una entrevista dijo que tenía la sensación de haberse convertido en la fantasía sexual de los investigadores y la prensa.

A.K. En el porno, el sexo entre chicas es muy popular. Y mi caso se vendió como eso. Meredith era muy guapa. A mí también se me vio bajo ese prisma. Hay una declaración de uno de los investigadores en la que dice: «Amanda siempre tenía algo sexual. Olía a sexo». Creo que sí, que ese factor estuvo presente.

Robinson. También sufriste acoso sexual en la cárcel.

A.K. Sí, está lo de ese guardia que me llamaba constantemente a su despacho para preguntarme por mi vida sexual. También me propuso que me acostara con él. Creo que, además de por su deseo personal, aquello era parte de la investigación porque siempre informó de todo lo que hablaba conmigo. También me dijeron que tenía sida.

«Dijeron que tenía sida, confiscaron mis diarios y los publicaron. Todavía me pregunto por qué en Italia nadie ha exigido responsabilidades»

XL. ¿Le dijeron eso en la cárcel?

A.K. Sí. Luego me confiscaron mis diarios y al poco tiempo el mundo entero estaba al tanto de las parejas que había tenido. Después me dijeron: «Uy, perdón, falsa alarma, es usted negativa en VIH».

XL. ¿Se condenó a alguien por eso?

A.K. No. Todavía me pregunto por qué en Italia nadie ha tenido el valor de exigir responsabilidades. Y por qué los medios serios colaboraron en ese sensacionalismo.

XL. ¿Se considera feminista?

A.K. Sí, claro. La forma en la que se explota la sexualidad de las mujeres y, por otro lado, se la usa a la vez para difamarlas resulta obscena. Mi sexualidad, o lo que los medios entendían por ella, fue demonizada. Todo bajo el lema de que alguien que tiene una vida sexual tan agitada también es capaz de cometer un asesinato.

XL. ¿Cómo le cambió la cárcel?

A.K. Vengo de una familia de clase media. Crecí en la creencia de que en la vida bastaba con trabajar duro. Ahora sé que no es cierto. Yo era la única reclusa que sabía leer y escribir bien. La única que conservaba todos los dientes. A mi alrededor solo había mujeres que no habían tenido la oportunidad de tomar buenas decisiones en la vida, mujeres que habían sufrido abusos desde la infancia. La mayoría de las personas que se meten en problemas con la ley vive en la pobreza. Podría evitarse buena parte de la criminalidad si se adoptara una renta básica incondicional.

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Con su esposo.Knox, a sus 34 años, junto con su marido, Christopher Robinson, con quien tiene una hija, Eureka Muse. Su libro Esperando a ser escuchada fue un éxito, al igual que la serie documental de Netflix Amanda Knox.

XL. ¿No debería haber cárceles?

A.K. No en el sentido de encerrar a las personas para castigarlas. Llevamos décadas viendo que no funciona. Las cárceles no producen personas mejores, y cuestan muchísimo dinero. Los individuos a los que de verdad habría que tener bajo custodia para proteger a la sociedad y a ellos mismos son muy pocos. Las personas que cometen un delito necesitan medidas que las devuelvan a la sociedad, no que las excluyan de ella.

XL. ¿Qué importancia tuvo para usted que Estrasburgo condenara al Estado italiano a pagarle una indemnización de 18.800 euros?

A.K. Lo importante fue que se reconociera que se habían vulnerado mis derechos. Que la gente me mirara y dijera: «Sé lo que te pasó. Y lo siento mucho».

XL. Y es algo que estos últimos años ha ido sucediendo cada vez más: ahora, la invitan a muchos programas de televisión.

A.K. Sí. El punto de inflexión fue el documental de Netflix de hace cinco años.

XL. ¿Cómo se siente usted, Christopher, cuando lee mensajes de odio dirigidos a su mujer?

A.K. Se le hace muy duro. Muchas veces llora cuando los lee.

Robinson [a Amanda]: Me gustaría que la gente te viera cómo eres.

A.K. Al principio estabas furioso. Intentabas decirles a todos los locos que andan por Internet que soy una buena persona.

Robinson. Pero me di cuenta de que no servía de nada. De todos modos, me gustaría que Amanda consiguiera restaurar su imagen pública. Hay tanto que sigue siendo injusto… Todo este gigantesco caso siempre estará ahí, como una nube oscura flotando sobre ella.

XL. ¿Cómo se conocieron?

A.K. Cuando volví, me costaba hacer amigos. En la universidad, la gente me hacía fotos y yo prefería pasar tiempo en casa. Luego empecé a escribir para un periódico local. Hice la reseña de un libro de Christopher. Poco después, lo entrevisté. Nos entendimos muy bien. Cuando terminamos, me dijo: «Deberíamos ser amigos». Aquel fue un descubrimiento importante para mí: puedo hacer amigos.

XL. ¿Se ha planteado adoptar el apellido de su marido y eliminar Knox?

A.K. Lo he pensado. Pero me parece un error. Yo no he hecho nada.

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