Las técnicas «de nuestros abuelos» para evitar plagas en el campo

Varios viñedos usan jardines de polinizadores y pequeños hoteles para atraer abejas y mariquitas para luchar contra estos males

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«¡Una avispa!». Estas dos palabras suelen ir acompañadas de un grito y de numerosos aspavientos para ahuyentar a este pequeño invertebrado. Su aguijón provoca pánico en gran parte de la población, pero también debería generar preocupación porque su presencia como la de abejorros y abejas cada vez es menor. Sin embargo, estos pequeños insectos se asoman sobre un mar de vides de la meseta castellana.

Unos metros por encima de estas cepas, una especie de cobertizo con una malla y botellas vacías. No es un almacén, ni es la única construcción de este tipo en esta finca. Alrededor de esta revolotean abejas que dejan su característico zumbido al batir sus alas. «Queremos insectos en la viña para que hagan su ciclo vital y combatir las plagas», explica Richard Sanz, enólogo y propietario de la Bodega Ménade. En realidad, estas construcciones, son hoteles para insectos. «Es para darle un poco de romanticismo y que los insectos vengan», comenta Sanz.

Un alojamiento con todo lujo de detalles, aunque no tiene ni moqueta ni tampoco papel pintado en las paredes, ni siquiera servicio de habitaciones. Solo necesitan flores para tener alimento y agujeros en la madera para su refugio. «Su construcción llama la atención», explica Clara Vignolo, investigadora en el Real Jardín Botánico de Madrid. «No se pueden hacer de cualquier manera y tienen que tener un mantenimiento mínimo para que no se convierta en una trampa», advierte.

Estas instalaciones se popularizaron hace casi dos décadas en Europa Central y llegaron a España a finales de 2017 en Bilbao. Allí abrió sus puertas, mejor dicho, sus agujeros en la madera el primer hotel de insectos en territorio español. Ahora es frecuente verlos en ciudades, jardines y también viñedos como los de Ménade. «No hemos inventado nada», repite este enólogo castellano. «Solo repetimos lo que hacían nuestros abuelos. Tan fácil como eso», añade.

A unos cuántos kilómetros más arriba en la frontera entre La Rioja y el País Vasco, Gonzalo Sáenz de Samaniego, socio y enólogo de Bodegas Ostatu, ha creado una auténtica ‘autopista’ de flores olorosas para que los insectos llegaran. «Lo hicieron al momento», apunta Sáenz de Samaniego. «Queríamos mejorar la biodiversidad de la zona y del viñedo», destaca.

Este proyecto vasco incorpora plantas aromáticas, restauración de muros y, sobre todo, preservar y proteger la biodiversidad. «Hemos conseguido que el desarrollo de antrópodos se multiplique y se disperse por toda la viña», explica el enólogo vasco. «Nosotros hemos plantado cubiertas vegetales entre las cepas, tenemos árboles móviles sobre carros y tenemos varios jardines de polinizadores», señala Sanz. «Hemos devuelto la vida a la tierra», apostilla.

«Desde que aplicamos estas técnicas sí que vemos diferencias en los mostos y vinos, aunque siempre es algo subjetivo»

Gonzalo Sáenz de Samaniego

Socio y enólogo de Bodegas Ostatu

Un gesto que les ha ahorrado dinero, el uso de herbicidas y fungicidas ha desaparecido, y todo es más natural. Ciertos insectos son fauna beneficiosa en viticultura, indicadores de la buena salud de la viña, porque actúan como depredadores de ciertas plagas. Según Sáenz de Samaniego, «desde que aplicamos estas técnicas sí que vemos diferencias en los mostos y vinos, aunque siempre es algo subjetivo». «El abuso de la química en la viña arruina la biodiversidad circundante y desequilibra la planta», añade el propietario de Ménade en Castilla y León.

Salvar a los polinizadores

Los hoteles de insectos es uno de los reclamos para atraer a los polinizadores, pero «nos estamos cargando los lugares donde viven», apunta la Asociación Abejas Silvestres en este vídeo educativo. «Los parques que tenemos en las ciudades no son espacios naturales, están intervenidos», alerta Vignolo. Los datos son alarmantes: «El 40% de los polinizadores invertebrados, en particular abejas y mariposas, se enfrentan a la extinción», según el Ipbes, la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas. «Nos falta una labor divulgativa del verdadero papel que juegan estos invertebrados en nuestro día a día», comenta la investigadora del Real Jardín Botánico de Madrid.

«Los parques que tenemos en las ciudades no son espacios naturales»

Clara Vignolo

Investigadora del Real Jardín Botánico de Madrid

Una labor que se encarga, por ejemplo, la Asociación Corripa de la que Alberto Uría es vicepresidente. «Abogamos por la divulgación de conocimiento sobre estos insectos, porque la sociedad tiene muy poco acerca de ellos», señala. Para ello han desplegado en un área de 3.500 metros cuadrados un gran jardín de polinizadores. «Tenemos moscas, mariposas, escarabajos, mariquitas; viene todo insecto que atraiga una flor».

Una rutina que se produce desde tiempos inmemoriales, pero que la deforestación, el deterioro de los ecosistemas, las prácticas agrícolas inadecuadas, las plantas modificadas y hasta el cambio climático está socavando y provocando la pérdida de colonias de insectos «y olvidamos su función», añade Vignolo.

Las abejas, que están entre las criaturas más laboriosas del planeta, llevan siglos beneficiando a las personas, las plantas y el medio ambiente. Al transportar el polen de una flor a otra, ellas y otros polinizadores no solo posibilitan la producción de una abundancia de frutas, frutos secos y semillas, sino también más variedad y mejor calidad, contribuyendo así a la seguridad alimentaria y la nutrición. De hecho, se calcula que el 75% de los cultivos mundiales dependen de estos pequeños invertebrados.

El descenso de las poblaciones de abejas a nivel mundial se conoce desde hace más de medio siglo, pero en los últimos años su ritmo se ha acelerado. No obstante, los expertos ven poco probable la desaparición de estos invertebrados a «corto plazo».

Fuente: ABC

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