Misterio y tragedia: las vacaciones de pesadilla del emperador hispano Adriano con su amante homosexual

Era el año 130 d. C., durante unas vacaciones en Egipto, cuando ocurrió el desastre: Antinoo, un joven al que el emperador amaba con locura, cayó al río sagrado y se ahogó en extrañas circunstancias

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Publio Elio Adriano era un personaje lleno de contrastes. Generoso con sus allegados, vengativo hasta el asesinato con los que podían adelantarle en la carrera hacia la cúspide, este emperador romano de la dinastía Antonina fue a la par querido y odiado por su pueblo. Son decenas los enigmas que todavía le rodean, y entre ellos se cuenta el de la tierra que le vio nacer en el 76 d. C. ¿Quizá Itálica, en Sevilla?, ¿puede que la mismísima Ciudad Eterna? La respuesta es difícil. Pero no todo son grises en su vida. A ciencia cierta sabemos, por ejemplo, que lucía una espesa barba, que suspiraba por un imperio en armonía y que adoraba viajar.

De esta retahíla de características, la que más le representaba era esa necesidad cuasi obsesiva de visitar todos los territorios bajo su corona. Según recoge la ‘Historia Augusta‘, elaborada entre los siglos III y IV d. C., «era tan aficionado a los viajes que quería aprender personalmente todo lo que había leído sobre los distintos lugares del mundo». Hasta sus dominios se desplazaba siempre con la cabeza descubierta, aunque fuera «soportando fríos y tempestades», para que sus súbditos le distinguieran.

Además, se negaba a hacer los trayectos en carroza, pues consideraba que las opulentas comitivas turbaban a la sociedad y le hacían estar lejos del pueblo llano; él prefería la normalidad del caballo.

Los datos estremecen. De sus 21 años de reinado, Adriano dedicó ocho a recorrer las provincias romanas. Aquellas largas vacaciones alejadas de la Ciudad Eterna le permitieron reforzar las fronteras del Imperio, desplazar legiones sobre el terreno, saciar su curiosidad y encontrar el amor. Durante el segundo de sus grandes viajes –el que hizo entre los años 121 y 125–, el emperador se topó en Bitinia con un joven de cabello ensortijado que le robó el corazón.

O eso se cree, ya que de Antinoo, como se llamaba el chaval, existen pocos datos fehacientes. El hispano superaba por entonces las cuatro décadas de vida; el niño, por su parte, apenas sumaba una decena de primaveras.

El emperador Adriano, ataviado como Marte
El emperador Adriano, ataviado como Marte ABC

Tras formarse como paje imperial en Roma, el joven se convirtió en una sombra del emperador. Y, como es normal, los rumores florecieron. «Unos autores dicen que él se había consagrado a Adriano; otros, lo que hace presumir la belleza de Antínoo y la excesiva sensualidad de Adriano», explica la ‘Historia Augusta’. El cronista de la época Dion Casio le define sin embargo como «el efebo favorito» del hispano. Fuera lo que fuese, el destino quiso que, en el 130 d. C., ambos disfrutaran de un viaje veraniego a Egipto que acabó por convertirse en mortal. Todo comenzó bien: vieron las pirámides, pasearon por los templos… Y, ya en octubre, iniciaron un crucero por el precioso río Nilo.

La tragedia llegó al son de la música que distraía a los tripulantes. De improviso, un cuerpo cayó al río sagrado: el de Antinoo. El rescate fue imposible y el chico, de 18 años, se ahogó. ¿Por qué? Hoy todavía se desconoce la causa. Unos hablan de accidente; otros tantos, de una suerte de suicidio ritual para pedir a los dioses la curación del emperador, que andaba bastante pachucho… «Adriano honró a Antinoo, debido a su amor por él o porque este se había prestado libremente a morir», escribe Dion Casio.

El hispano jamás se recuperó de aquellas vacaciones. Quiso desquitarse fundando una ciudad en su honor, Antinoopolis, pero el carácter se le agrió y cayó en la absoluta tristeza.

Fuente: ABC

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