La responsabilidad de servir

Resulta prioritario reforzar al servicio público más que atacarlo, sobre todo aquellas posiciones que son de carrera y que forman parte de las estructuras esenciales de las instituciones.

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El servicio público siempre ha sido una cuestión que, para ser desempeñada con toda probidad, debe conjugar dos cuestiones primordiales: ideales y principios que guíen el actuar de quienes lo ejercen. Por ello el inconsciente colectivo les concibe —y exige— ser personas extremadamente probas, honestas, transparentes y —de alguna manera— con cualidades meta humanas; dignas de la santificación, cercanas a la perfección.

Quienes ejercemos el servicio público —la gran mayoría— ingresamos con la intención de actuar basados en valores, principios e ideales de justicia, con la convicción de aportar nuestras aptitudes, conocimientos y hasta nuestras vidas, para hacer de nuestra comunidad y país, un lugar mejor para nuestros compatriotas. También es indispensable reconocer que somos falibles y, como seres humanos, plagados de defectos.

Suena romántico, es cierto, sin embargo, es algo que resulta innegable. Muchos de quienes nos preparamos para servir en las instituciones del gobierno lo hacemos desde la inocencia de los ideales; algunos los conservamos, otros los pierden y algunos más los transforman según sus vivencias y devenir. Empero, la gran mayoría tenemos esa convicción que nos invita a trabajar permanentemente para ofrecer nuestras capacidades y talentos en beneficio de los demás.

Ciertamente, hay algunos —afortunadamente una gran minoría— que ingresan con miras de beneficiarse del poder para saciar ambiciones egoístas; que pervierten el servicio público y lo convierten en un negocio e instrumento para el sometimiento injustificado de las voluntades y canalizarlas en ruta de perniciosos intereses que distan mucho del bienestar general. Ahí es donde comienza la desilusión de la gente y la estigmatización de quienes servimos desde el gobierno, también es de donde surge el oportunismo político que, a modo de bandera, desata la crítica y enerva a quienes, con sobrada razón, exigen un servicio público de calidad, que, por lo menos, cumpla con sus fines y objetivos.

La falta de resultados aunada a grotescos escándalos de corrupción, sazonados con actitudes prepotentes, atizados por señalamientos reiterados que prejuzgan a todo servidor público, han sido banderas utilizadas no sólo para criticar desde la oposición, sino —además— para autoerigirse como impolutos y adjudicarse una solvencia moral que, en muchas ocasiones, es inmerecida y artificialmente creada.

La historia reciente nos ha demostrado que muchos que llegan al poder basados principalmente en la crítica, el señalamiento reiterado de los errores y el desprestigio del servicio público, muestran no sólo desconocimiento absoluto de las implicaciones de gobernar, sino que, al momento de hacerlo, llegan acometer errores al tratar de “innovar” o “renovar” lo preexistente, lo que evita el desarrollo de condiciones de bienestar y genera retrocesos que tardan mucho en reencausarse.

En esta lógica, resulta prioritario reforzar al servicio público más que atacarlo, sobre todo aquellas posiciones que son de carrera y que forman parte de las estructuras esenciales de las instituciones, pues de ellos depende la correcta marcha del gobierno y la continuidad de aquello que funciona para brindar bienestar. En ello estriba la responsabilidad del servicio público. En eso se demuestra la verdadera intención de que el gobierno sirva a la gente.

Fuente: vocesmexico

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