Mucho feminismo, pero en la casa atropellamos a las empleadas domésticas

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Hay mujeres que piensan: “así me tocó vivir” y desconocen sus derechos
Pascualita, quien trabaja “entre lugar” con una familia acomodada, había escuchado que el 9 de marzo ninguna mujer iría a trabajar, no sabía muy bien porqué, a pesar de que las niñas de la casa, a las que vio crecer, trataron de explicarle el motivo. Ella sabía que su patrona bajo ningún pretexto le daría el día, y los trescientos pesos que le pagaba por su jornada de 8 a 5 eran indispensables para ella, porque si no llegaba a su casa con dinero para que su marido pudiera comprar sus cervezas, seguramente recibiría uno de esos golpes a los que estaba acostumbrada, por lo que salió a las cinco de la mañana como era su costumbre para poder agarrar su taxi que la llevaría a Mérida, y de allá tomaría un camión para estar puntual en la casa en la que trabajaba.

Cuando llegó, los trastes del día anterior estaban amontonados y la casa patas arriba, y es que, aunque el domingo no trabajaba, tenía que aguantar a Indalecio, su esposo, y sus golpes, ya que era el día que compraba sus caguamas y cualquier cosa que le molestara, le valía insultos y a veces golpes. El lunes era el día más cansado de la semana, porque era costumbre que en la casa en donde trabajaba nadie lavara un plato los domingos, sobre todo la patrona, porque de lo contrario, sus uñas de “gelish” se podían echar a perder, y sus manos quedarían resecas por el contacto con el líquido para lavar trastes, lo cual también había inculcado en sus hijas, ya que debían de cuidar su piel como ella. Los cuartos estaban todos tirados de ropa, la cual tenía que recoger para poder empezar a limpiarlos, y los excrementos del perro desde luego, nadie los había recogido, por lo que le tocaba hacerlo a ella por partida doble.

En el taxi se encontró a unas conocidas que también eran empleadas domésticas, pero faltaron unas señoritas del pueblo que trabajaban como maestras en otro pueblo cercano. Según había escuchado, les habían dado el día porque el lunes ninguna mujer debía trabajar. ¿Pero cómo? ¿Por qué?, seguramente les descontarían el día de su sueldo, pero ellas, había oído, y es que no era chismosa, hablaban de algo así como que el día nueve nadie se mueve… ella no llevaba las fechas del calendario, solamente estaba pendiente de los días 23 de cada mes, para poder pagarle a los de la casa de empeño, el dinero de los intereses en donde había dejado esa soguilla que le diera su madre antes de morir. Con ese dinero pudo comprarles zapatos a sus hijas, porque Indalecio, su esposo, ganaba bien en esa planta donde sacrificaban cochinos, pero pocas veces la ayudaba con los gastos de la casa, mas ya estaba acostumbrada.

Había tenido cuatro hijos: un varón y tres niñas, las niñas ya no estaban en la casa, porque se habían embarazado muy jóvenes e Indalecio las echó, a pesar de que una de ellas había sido violada por un primo suyo. Las otras dos, huyeron con sus novios y se arrejuntaron con ellos, y vivían en la casa de sus suegras porque no tenían otro lugar para vivir. Su hija violada, Pacualita se la encargó a su comadre Carmen, la cual prácticamente adoptó al niño, ya que Margarita, la hija de Pascualita, al igual que ella trabajaba “entre lugar”.

Pascualita no se sentía desdichada, la única pena que tenía era ver a su hijo de “xmaoficio”, que se juntaba con esa pandilla en el lote baldío para inhalar cemento. Sentía mucho coraje al verlo llegar a la casa, cuando ella regresaba a las siete, con los ojos idos y rojos, pero pensaba que al menos ese día dormiría en la casa y no tirado en la calle como otras veces.

Mujeres como Pascualita hay miles, que sienten que llevan una vida normal, diferente a los ricos como su patrona, pero su nobleza les impide envidiarlas. Ella cree que es normal que le peguen, porque a su madre también le pegaban y a sus comadres también les pegan sus maridos. No sabe mucho o casi nada de ese movimiento del lunes, solamente sabe que las niñas se fueron temprano a hacer ejercicio porque no iban a ir a la universidad, y a ella le tocó trabajar más, porque cuando estaban en la casa ensuciaban más trastes.

Yo me pregunto: ¿Quiénes defienden a mujeres como ella? ¿Sentimos realmente la situación que viven? o nos enfrascamos en discursos de igualdad y violencia de género, cuando hay mujeres en nuestras casas que la padecen todos los días, y por las que no hacemos nada, e incluso, NO LES DAMOS UN TRATO IGUALITARIO, les damos de comer los restos de comida o huevos, ya que darles de comer la comida orgánica que compramos sale tan cara, que dárselas de comer a ellas es un desperdicio… este es un ejemplo más de que muchas veces somos las mismas mujeres las que no respetamos y menospreciamos por las diferencias económicas a nuestro propio género.

Fuente: POR ESTO!

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