Una viuda del ISIS y sus tres hijos españoles huyen del mayor campo de detención en Siria

La madre, buscada por la Audiencia Nacional, y los menores salieron de Al Hol en febrero. Tres españolas y 14 niños siguen malviviendo en centros para familiares de combatientes del Estado Islámico

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Vistas sobre el campo de Al Hol en el noreste de Siria

“Yo tengo surprisa para ti. Alhamdolillah [alabado sea Dios], nosotros fuera de campo. Pero no habla con nadie si ellos saben coje nosotros de esta casa [sic]”. Este fue el mensaje de WhatsApp que recibió el pasado 27 de febrero a las 8.49 de la mañana en Madrid Mahin Jafari, abuela de tres niños españoles de entre cuatro y nueve años. Desde marzo de 2019 se encontraban cautivos en el campo sirio de Al Hol, el mayor del país, habilitado en el noreste de Siria para las familias de combatientes del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). El mensaje lo escribió Lpubna Fares (marroquí de 41 años), madre de los pequeños y viuda del yihadista español Navid Sanati, nacido en Irán en 1980. Fares mandó su último mensaje de móvil el 22 de marzo: en él se mostraba preocupada por la expansión del coronavirus en la región. Desde entonces, su suegra no ha vuelto a tener noticias de ellos. Ni un solo mensaje más.

“No sé si están muertos, si siguen en Siria, han cruzado a Turquía o han vuelto al punto de partida y caído en las redes de radicales. Me estoy volviendo loca”, estallaba Jafari este miércoles en un llanto ahogado al otro lado del teléfono, en Madrid. Los mensajes de móvil y otros testimonios recogidos por este periódico documentan la huida de la familia. Preguntado sobre si las autoridades españolas tienen constancia de su fuga, el Ministerio de Exteriores remitió este viernes a Interior, que ha rehusado hacer comentarios sobre la situación de los menores españoles.

Sobre Fares pesa una orden de detención emitida por la Audiencia Nacional en España por “diversos delitos relacionados con el terrorismo”. Junto a ella, también se busca a otras tres mujeres, de nacionalidad española —Luna Fernández, Yolanda Martínez y Lubna Mohamed Miludi—, cuyos maridos viajaron a Siria entre 2014 y 2015 para enrolarse en el ISIS. Las españolas, que siguen malviviendo en campos de detención y tienen a su cargo a otros 14 menores, han pedido oficialmente su repatriación a España pero las autoridades no se han pronunciado.

La suegra de Fares también quiere que su familia vuelva a España, aunque su nuera no lo ha pedido. El sentimiento de sosiego de la abuela de los pequeños al recibir noticias y fotos de sus nietos a finales de febrero duró poco. La salud de Mahin se ha consumido durante los 13 meses que ha esperado a que el Gobierno español repatriara a Mohamed (nueve años), Abdulrahman (siete) y Aisha (cuatro) junto con Fares a España. “Son lo único que me queda de mi hijo. Navid tomó el camino equivocado y lo pagó con su vida. Mis nietos no tienen culpa de nada”, contaba en un café de Madrid en octubre. Sanati murió supuestamente en julio de 2016 cuando un bombardeo de las fuerzas de la coalición internacional alcanzó al vehículo en el que viajaba junto con otros muyahidines en la ciudad siria de Deir Ezzor: “Nos llamó un hombre diciendo que había caído mártir. Nunca vimos su cuerpo, ni siquiera una foto”.

Con la muerte de Navid, que viajó con su esposa Loubna de España a Siria en abril de 2014 para unirse al ISIS, también cesaron las visitas de los dos agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) español que periódicamente acudían a la casa de esta familia en la periferia de Madrid y a los que, aseguran, prestaron total colaboración. Hasta en cuatro ocasiones acudieron también al Ministerio del Interior para solicitar un encuentro: “Nos dijeron que el asunto estaba en manos de los de arriba”.

En las conversaciones de WhatsApp a las que EL PAÍS ha tenido acceso, Fares da detalles sobre su fuga del campo de Al Hol a principios de año. Fueron largas horas caminando campo a través, de noche, descalzos para no alertar a los militares y con Aisha cargada a la espalda, guiados por un traficante hasta ser ocultados en una “casa en el desierto”. También cuenta cómo su hermana Fuzia —afincada en Francia— pagó a los traficantes 16.000 euros para el viaje. “¡Eso es mentira. Yo no he mandado ningún dinero porque es ilegal y, además, no lo tengo!”, desmiente este viernes desde Francia en conversación teléfonica Fuzia Fares. En varias ocasiones, Loubna pidió dinero a la abuela de sus hijos, quien se negó, asegura, temiendo que los pequeños corrieran mayor peligro fuera que dentro del campo. “Un hombre puede sacarnos con otra hermana [del ISIS]”, insistió Fares.

“No sé nada de ella desde hace meses”, respondió Fuzia Fares, ya en abril y en mensajes de voz a través de un intermediario. “¡No sé nada de mi hermana ni de los niños!”, reiteró este viernes al télefono antes de volver a cortar la llamada. Sin embargo, dos mujeres yihadistas que viven en el campo de Al Hol acudieron a la tienda que ocupaba Loubna para preguntar por ella a principios de marzo. “En la carpa había otra mujer y las hermanas me dijeron que Fares se había ido”, aseguró entonces una de ellas a través de familiares. En el campo de Al Hol, el más masificado de los cinco habilitados en Siria por los kurdos para las yihadistas del ISIS y sus hijos, malviven 65.500 almas, según el recuento de la ONU. De ellas, 25.000 son sirias, 30.500 iraquíes y en lo que se conoce como el anexo de las extranjeras se encuentran 10.000 personas de 50 nacionales distintas, la mayoría menores.

Nacionalizada en España, la abuela de los niños de Fares huyó de Irán durante la guerra con Irak en 1986 para llegar a Madrid con dos hijos pequeños. A los pocos meses, Mahin se divorció y varios años después se casó con un español con quien tuvo un tercer varón, Alfredo Cordero. “Mi madre no duerme, se pasa el día llorando, solo quiere abrazar a sus nietos antes de morir”, afirma Cordero en Madrid. En el muslo izquierdo, lleva tatuado el rostro de su medio hermano Navid. A finales de febrero, y ya fuera del campo, Fares suplicó a la familia que enviara a su hermana Fuzia los certificados de nacimiento de los pequeños. “Mi madre se negó, pero yo al final se los envié porque es su derecho tenerlos como su madre que es”, admite Cordero. Con esos documentos pudieron falsificar los papeles para hacerse pasar por sirios en un eventual cruce de la frontera con Turquía.

En las conversaciones con la abuela, Fares relata paradas de varias noches en hasta tres casas más tras escapar del campo. Cuenta que siempre viajan de noche y cómo los niños han podido por fin beber algo de leche y comer huevos. Los menores mandan mensajes entre risas para saludar a su abuela.

Son más de 40 las mujeres extranjeras que han logrado escapar de Al Hol junto con un número mayor de menores. “No podemos dar cifras concretas, pero son decenas las que han logrado huir”, apunta desde el anonimato una fuente de la inteligencia kurda en conversación telefónica desde el noreste de Siria. Entre ellas está Hayat Boumediene, la mujer más buscada de Francia y declarada cómplice en la sentencia por la matanza en la revista satírica francesa Charlie Hebdo. El militar kurdo cifra en más de 700 los intentos de fuga. Estremecedores vídeos difundidos en las redes sociales muestran a efectivos de las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo, aliados de la coalición internacional en la lucha contra el ISIS) asistiendo a mujeres y niños al borde de la asfixia tras ser interceptados en el interior de un camión cisterna cuando intentaban huir de Al Hol. Otros lo hacen escondidos en los camiones que hacen la recogida de basura.

Desde una de las casas refugio cerca de la frontera turca que usan los traficantes, Fares escribe de nuevo a su suegra para contarle que quiere cruzar ilegalmente a Turquía. No dice nada sobre entregarse en la embajada española de Ankara para solicitar la repatriación. “Anteayer fuimos a la frontera turca, pero había mucha gente y no nos dejaron pasar. Nos devolvieron a Siria”, escribió el pasado 3 de marzo, coincidiendo con el inicio de la pandemia. “Podemos ir a por vosotros a Turquía ¿Qué hacemos?”, responde entusiasmada Mahin Jafari en un mensaje de voz. “Si volvemos a España me quitarán a mis niños y nos meterán en la cárcel”, responde una exhausta Fares. “Hay muchos militares en la puerta [del cruce a Turquía]. Ayer dos hombres murieron [por disparos de guardias fronterizos]. Hay un muro muy alto y no podemos treparlo ni yo ni mis niños. Necesitamos buscar otra opción”, retoma Fares tras desaparecer durante dos días del WhatsApp.

Para esta mujer se trata del final de largos meses planeando escapar de Al Hol, pero del inicio de otra pesadilla para salir de Siria justo cuando la pandemia ha echado el cierre en las fronteras. “Alá hará un camino para que salgamos de Siria”, repite en bucle Fares en mensajes de voz y escritos. Dice haber intentado hasta en dos ocasiones cruzar a Turquía, sin éxito.

Teme por sus hijos y comparte el peso de su preocupación con Mahin ante los múltiples peligros a los que se exponen, como ser arrestados por patrullas kurdas y enviados a prisión. También cuenta de las mafias de las milicias en la zona, de un coche bomba que estalló o de la covid-19 y de cómo ha fabricado mascarillas caseras con trozos de tela para sus hijos. En este punto, se corta de forma abrupta la conversación. Hace ya nueve meses.

El pasado 22 de marzo, el insoportable silencio volvió a hundir en la desesperación a la familia de Mahin Jafari. Aisha (“vida”, en árabe) acababa de cumplir cuatro años. Lo hizo en libertad, pero en un país en guerra y tras sobrevivir un año en Al Hol y dos bajo el yugo del mismo califato del ISIS en el que fue concebida. Su abuela aún no la conoce.

Dos rutas alternativas a la repatriación

Existen dos rutas para las fugadas de los campos de reclusión para los familiares del ISIS. Atravesar todo el país de este a oeste hasta llegar a Idlib —provincia en el noroeste de Siria fronteriza con Turquía y bajo el control de grupos yihadistas afines a Al Qaeda—, o hacia el norte en los lindes con tierras turcas en poblados sirios como Jarablus, que controlan las facciones islamistas respaldadas por Ankara. La primera ruta suele acabar en casas colectivas para mujeres conocidas como madafa (“casa de huéspedes”, en árabe) en las que las viudas son de nuevo redistribuidas junto con sus hijos como esposas para combatientes yihadistas.

“Al Qaeda ha ordenado ejecutar a todos los hombres del ISIS, pero no así a las mujeres”, precisa en conversación telefónica el experto en yihadismo Hassan Hassan. “[Mohamed] Al Julani [líder de Al Nusra, rama de Al Qaeda en Siria] ha dictado una fatua [edicto religioso] por el que es mandatorio socorrer a las mujeres yihadistas del ISIS y a sus hijos”, añade.

En cuanto a la ruta que lleva al norte, la emprenden aquellas fugitivas que quieren cruzar a Turquía, donde la mayoría desaparecen entre las redes de simpatizantes del grupo yihadista. Las menos se plantan en sus embajadas en Ankara para forzar su repatriación tras ser aconsejadas así por sus familias una vez han agotado otras vías legales para solicitar que sean devueltas a sus países. Ese fue el caso en octubre de 2019 de dos holandesas y tres menores, según informó el Gobierno de los Países Bajos.

Los intentos de huida se multiplican tras 21 meses de cautiverio en el limbo en el que se han convertido los campos de Siria tras la derrota del ISIS, donde las condiciones son cada vez más insalubres, los servicios médicos insuficientes y la escolarización inexistente. La decisión por parte de las milicias kurdas de trasladar a menores de entre 12 y 16 años a cárceles para varones yihadistas ha hecho cundir el pánico en los campos ante la posible separación familiar. La ONG Human Rights Watch cifra en 12.000 los combatientes varones del ISIS encarcelados en siete penitenciarías kurdas, de los cuales 4.000 son extranjeros. Un cuarto de ellos son europeos, entre ellos dos españoles.

La pandemia no ha hecho sino complicar la vida de las cautivas y de sus guardianes. “Temiendo fugas masivas, la inteligencia kurda ha procedido a recabar datos biométricos de las mujeres y de sus hijos para hacer una suerte de inventario en el campo”, cuenta en Beirut una fuente de inteligencia europea. Información que han confirmado a este diario los padres de las tres yihadistas españolas aún cautivas. Tras la huida de Fares, en Al Hol queda la ceutí Lubna Mohamed Miludi (26), con su hijo Abderrahman, de tres años. Las otras dos españolas, Luna Fernández Grande (31), madre de cinco hijos y a cargo de otros cuatro huérfanos de yihadistas españoles que acoge, y Yolanda Martínez (35), con sus cuatro pequeños, han sido trasladadas al campo de Al Roj, más al norte y menos saturado con 3.500 mujeres y niños.

Más de un millar de militares participaron en la identificación el pasado mes de junio de más de 700 extranjeras en Al Hol, según la ONU, que no precisa si asistieron efectivos de los servicios de inteligencia occidentales.

Anexo de las extranjeras del campo Al Hol en el noreste de Siria.
Anexo de las extranjeras del campo Al Hol en el noreste de Siria.NATALIA SANCHA

La Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES, liderada por la rama política kurda en coalición con fuerzas árabes locales) ha solicitado en repetidas ocasiones a los países de origen de los yihadistas que repatríen a sus nacionales o, en su defecto, que apoyen la creación de un tribunal penal internacional en el noreste de Siria para juzgarlos. Sin embargo, tan solo unos 60 europeos han sido repatriados, la gran mayoría de ellos menores huérfanos. Entre el millar de varones adultos europeos, tan solo Italia ha repatriado a sus nacionales.

Los esfuerzos de identificación son insuficientes y los servicios de inteligencia kurdos y extranjeros consultados admiten que están muy lejos de lograr un mapa de quién es quién en los campos. Muchas de las mujeres se han deshecho de sus pasaportes, algunas europeas se registran solo con la segunda nacionalidad por temor a ser juzgadas y la gran mayoría no comunica sus nombres reales, sino que se hacen llamar Um (“madre”, en árabe), seguido del nombre de su primogénito varón, coinciden las fuentes. Es el caso de Fares, que responde a uno de los nombres más comunes en los campos: Um Mohamed.

Fares ha logrado huir de esos campos, sin que se conozca su paradero actual. Las largas conversaciones de WhatsApp entre ella y su suegra el pasado marzo no están exentas de discusiones. “Os lavaron el cerebro los radicales. Son una secta”, reprocha Mahin Jafari. “Tu hijo nos trajo aquí en plena guerra poniendo en peligro a mis niños y no hizo nada”, recrimina Fares. Si bien las familias de las tres mujeres y los otros 16 menores españoles aún mantienen la esperanza de volver a ver a los suyos, para Jafari el pesado silencio es ahora más insoportable que saberlos sucios y pasando hambre y frío en un campo de reclusión. Al menos entonces sabía que estaban vivos.

Fuente: elpaís

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